El humor podría definirse como la capacidad que tenemos los seres humanos de observarnos a nosotros mismos y reírnos de nuestros defectos y chascarros.

Así también, se relaciona con saber capturar las situaciones divertidas de la vida y sacarles el máximo provecho de aprendizaje, sin complicaciones de ningún tipo.

Cuando se aprecian situaciones que nos quiebran los esquemas y resultan jocosas -sin que esto pase a llevar a terceros- podemos tomarlas con humor e irradiarlo a los demás, haciendo grata nuestra manera de vivir.

El sentido del humor permite mostrarnos de manera más humana dando la importancia necesaria a lo que nos pasa, pero sin convertirnos en personas serias y grises que consideran la risa como superficial o necia.

La risa puede ser tan sanadora que algunos doctores -como el conocido caso de Patch Adams- ocupan el humor y la alegría con sus pacientes para que éstos se sientan bien, generen endorfinas y finalmente puedan vivir de mejor manera.

No tomarse las cosas en forma densa

Todas las personas tenemos una cuota de problemas que no dependen de nosotros y que son parte de las responsabilidades de la vida. Sin embargo, existe una gran cantidad de contenidos que pueden ser tomados con más sabiduría y no tan densamente. Son estos contenidos los que muchas veces nos arreglan el ánimo en un día rutinario.

Tengo presente una anécdota que viví con mi madre. Cuando tenía aproximadamente 10 o 12 años, caminábamos por el centro de Santiago hablando del mal estado en que se encontraban las calles. De repente me adelanto al caminar y grande sería mi sorpresa al mirar para atrás tratando de hablarle a mi mamá, sin poder encontrarla. Retrocedo unos pasos para buscarla y la veo literalmente metida en un hoyo de la calle. Mi risa en aquella situación duró muchos minutos. Por cierto mi madre no sufrió ninguna lesión, pero después las dos nos acordábamos jocosamente de aquella situación absurda.

Traspasando el humor a los hijos

¡Qué importante es mostrarles a nuestros hijos la riqueza del sentido del humor! Ellos nos ven actuar diariamente y aprenden nuestros estilos, aunque nosotros no lo hagamos para que nos imiten. Así, de manera natural, si un hijo ve que algo se nos cae y lo tomamos de manera divertida, o que somos capaces de reírnos cuando alguien nos imita, también irá incorporando la jerarquía de importancia que tienen las cosas. Estará en condiciones de echarse a reír cuando algo que no es de vital importancia se escapa de las manos y verá la vida con más alegría, sin que eso lo convierta en una persona despreocupada.

En nuestros tiempos, donde el estrés se ha instalado de manera casi generalizada en el comportamiento de muchos individuos, el humor resulta ser una pausa refrescante que alivia y permite disfrutar más con los otros, de manera muy cercana en lo afectivo.

 

Por: Javiera de la Plaza, sicóloga especialista en asertividad.