La conducta suicida en la infancia y en la adolescencia se ha convertido en un tema recurrente. En las dos últimas décadas, los suicidios han pasado a ser en la población juvenil, la segunda o tercera causa de muerte, después de los accidentes de tránsito.

El rango de edad más frecuente es entre los 14 y los 19 años. De hecho, registros de la Organización Mundial de la Salud indican que, de todas las personas que se han intentado suicidar en la última década, cerca de la mitad corresponde a menores de 25 años. Si bien los hombres son los que más logran suicidarse, son las mujeres quienes más lo intentan. Y es que de cada 5 personas que buscan matarse, 4 son de sexo femenino.

Lucía Godoy, sicóloga y docente de la UNAB, señala que es difícil entender este fenómeno. Sin embargo, hay numerosos factores que pueden predisponer a acabar con la vida. Esto en un intento desesperado por escapar del dolor que sienten. Los jóvenes relatan como causas haber sufrido abuso sexual o físico, historia familiar de suicidio o violencia, fallecimiento de un amigo íntimo, noviazgos o pololeos rotos, embarazos no deseados y falta de apoyo de pareja y padres, enfermedades como sida o cáncer, pobres resultados académicos, abuso de alcohol y drogas.

Sin embargo, cualquiera que sea la supuesta causa que lo provoca, al igual que el acto suicida mismo, solo son síntomas de un problema mayor. Este siempre debiera tener atención especializada: la depresión. “Es necesario que durante la adolescencia los padres estén conscientes de que sus hijos van a deprimirse. Porque van mal en la escuela, porque la novia los dejó o porque simplemente les es difícil relacionarse con sus semejantes. En esta fase pueden llegar a sentirse tristes, incluso porque son demasiado gordos o bajos, porque tienen espinillas en la cara, porque no tienen suficientes amigos o porque sus padres los comparan demasiado con sus otros hermanos”, explica.

¿Cómo prevenimos un riesgo mayor? Para asegurar que el adolescente pueda enfrentar el rechazo social y los problemas propios de la adolescencia se debe, desde niño, formar con valores sólidos y enseñarle a manejar los éxitos y fracasos. Esto no evitará las dificultades propias de la adolescencia, pero al menos le ayudará a enfrentar la vida y a descartar la idea de que matarse es la solución a la depresión y a los problemas.

¡Padres atentos!

De acuerdo a la sicóloga, cuando un adolescente expresa su intención de quitarse la vida jamás se debe desatender ese llamado de atención. Seguramente muchos chicos no van a llevar a cabo actos suicidas. Pero algunos sí lo harán. Y es que la mayoría de las personas que se suicidan han verbalizado previamente a alguien su deseo de morir o, concretamente, han amenazado con suicidarse.

A continuación se muestran pautas que deben llamar la atención de los padres. Hay que tener en cuenta que las señales tienen que estar presentes casi todos los días por un período no menor de dos semanas. Deben representar un verdadero cambio respecto a sus conductas habituales, generando dificultades en la relación con los demás o en las actividades cotidianas.

  • Ordenar sus cosas y tirar o regalar sus pertenencias favoritas.
  • Sacar sus fotos de la habitación.
  • Dormir con fotos de amigos o familiares o encontrarlas en lugares muy llamativos, como debajo de la almohada.
  • Perder interés en actividades que previamente le resultaban placenteras.
  • Expresar sentirse “horrible” interiormente.
  • Volverse súbitamente alegre o eufórico luego de un período de depresión.
  • Abusar del alcohol o de las drogas.
  • Aburrirse seguido, tener dificultad de concentración y disminuir su rendimiento educativo.
  • Quejarse de molestias físicas frecuentes, como dolores de estómago, de cabeza, fatiga, etc., siempre relacionadas con estados emocionales.
  • Escaparse del hogar.

Además pueden presentar:

  • Cambios en el apetito: significativo aumento o pérdida de peso.
  • Dificultades con el sueño: le cuesta dormirse, se despierta durante la noche o muy temprano por la mañana, duerme en forma excesiva.
  • Lentitud en pensamientos o movimientos, o agitación: camina constantemente, no puede quedarse quieto.
  • Fatiga o pérdida de energía: se queja a menudo de que se siente cansado o refiere que tiene que hacer un gran esfuerzo para realizar las actividades cotidianas.
  • Sentimientos de desvalorización o culpa excesiva: es muy crítico de sí mismo, se culpa mucho por pequeños errores.
  • Dificultades para concentrarse: exacerbación o aparición de signos de distracción, indecisión y olvidos.
  • Pensamientos de muerte, ideación o intentos de suicidio.

En sus relaciones sociales y familiares pueden ser:

  • Intolerantes ante el elogio o las recompensas.
  • Agresivos sin causa aparente. Conducta rebelde o violenta.
  • Aislados de sus amigos, familiares o actividades usuales.
  • Descuidados en su aspecto personal. Abandono del cuidado de su apariencia física.
  • Expresa ideas como “la vida no vale la pena ser vivida”, “no seré un problema para ti por mucho más tiempo”, “ya nada importa” o “no te preocupes, ya no te volveré a ver”.