¿Jugar al luche?, ¿tirar la cuerda?, ¿casa en el árbol?, ¿arco y flecha?, ¿rayuela?, ¿tirar el trompo?, ¿mirar las figuras en las nubes? ¿Qué es esto? Los niños de hoy desconocen estas experiencias y tampoco imaginan que dichos juegos llenaron tardes completas de nuestra infancia. En cambio, el sobreconsumo de pantallas (smartphone, tablet, videojuegos, etc.) puede incluso llegar a 15 horas diarias o más.

Algunos padres son más aprensivos (o bien por comodidad) y no fomentan que sus hijos salgan en bicicleta, estén al aire libre o vayan de camping. Lo consideran peligroso porque justamente no se saben cuidar y desenvolver. Son este tipo de experiencias las que, de hecho, permitirían valorarnos como personas y hacernos responsables de nosotros mismos. Por eso hoy se dice que existe un nuevo trastorno: el déficit de naturaleza.

Documental

Hay un documental muy interesante donde se muestra el testimonio conmovedor e incluso escalofriante de varios jóvenes. Un adolescente de 14 años comentaba su gran habilidad “matando” en los videojuegos. Mientras participaba de un campamento “al natural” (sin ningún tipo de dispositivo electrónico ni acceso a wifi) tuvo enormes dificultades para construir un simple arco. Ni hablar de lo que le costó apuntarle al objetivo puesto en un árbol. Lo más dramático fue cuando dijo que se sentía tan poderoso en los videojuegos y esa imagen no calzaba con la realidad que había encontrado en medio de la naturaleza.

Los avances tecnológicos han otorgado numerosos beneficios, pero también están provocando problemas por el uso sin control. Es así como hoy nos quejamos por los riesgos del Internet, la falta de comunicación, el sedentarismo y otras consecuencias. El llamado trastorno por déficit de naturaleza, que aún no ha sido sistematizado en la nomenclatura médica, ha ido ganando reconocimiento especialmente en el ámbito pedagógico y sociológico.

Problema de muchos niños

El Dr. Guillermo Boldrini, pediatra y médico antroposófico, señala que el trastorno se puede encontrar como trasfondo en una gran cantidad de niños y adultos que sufren de obesidad, problemas respiratorios o cardiacos. Y también en niños que no logran adaptarse a un régimen escolar y al proceso de aprendizaje. «Si lo pudiésemos caracterizar de algún modo, es aquella condición donde las personas van siendo absorbidas por la cultura urbana y tecnológica moderna y pierden sus raíces con la naturaleza», destaca.

Lo más problemático es que la carencia es sustituida por la inmersión en pantallas de teléfonos, computadores y todos aquellos artefactos y juegos electrónicos que ofrecen una realidad bidimensional, plana, con una rapidez vertiginosa de imágenes en el tiempo y con gran efecto desvitalizador en el organismo humano. Los niños no se mueven, pierden la conciencia de su propio cuerpo, se genera ansiedad y un achatamiento de intereses con una falta de creatividad tremenda. También no es raro que se generen casos de tendinitis (ver nota tendinititis).

En otras palabras, se trata del estado en que se encuentran muchos niños hoy, que pasan conectados a la tecnología y pierden el contacto con las experiencias reales.

A fin de conocer los detalles de este trastorno por déficit de naturaleza conversamos con el Dr. Boldrini y con la Dra. Carina Vaca-Zeller, pediatra del Centro médico Yohanan Therapeutes. Ambos reconocen esta situación y nos entregan un valioso punto de vista que, sin duda, como padres debemos tomar en cuenta.

¿Cuáles son las principales consecuencias de este trastorno?

(C. Vaca-Zeller)

  • Falta de contacto con la experiencia real, con la naturaleza y sus cualidades, con el otro ser humano real, con todo el desafío que implica el encuentro en vivo y en directo.
  • Atrofia de la capacidad de pensar, es decir, se pierde esta facultad ya que ella depende de la formación de imágenes exteriores. Los niños que consumen mucha pantalla son dependientes de la imagen producida por ésta y no logran entender si no están frente a una de este tipo. Obviamente, la capacidad de imaginación también se daña profundamente.
  • El sentir se atrofia. Ya no se tienen sentimientos profundos o sutiles porque la pantalla ha producido una especie de anestesia debido a la entrega de estímulos cada vez más fuertes, que generan adicción a este tipo de sensaciones virtuales.
  • Daño profundo de la voluntad, pues no existe impulso de esforzarse o moverse por algo. Si el objetivo no se alcanza fácil y de manera instantánea (como tocando un botón), se rechaza. Y si algo no resulta de inmediato, hay gran intolerancia a la frustración. Se pierde por esto también la capacidad de esperar, la paciencia y el seguir interiormente un proceso.
  • Mala salud física y síquica, perdiendo finalmente el sentido de la vida.

¿Cuántas horas diarias de “conexión” son nocivas para un niño o joven?

(G. Boldrini)

Antes de los 3 años debería ser ¡cero! Después se deben tomar en cuenta las características del niño: si son muy nerviosos, sufren de insomnio, tienen una carencia de contacto social por padres ausentes, condiciones sociales inadecuadas, cuadros psicológicos de impulsividad o inquietud que no controlan, etc., tampoco debería permitírseles el acceso a estos dispositivos. Lo que cabe en estos casos es buscar alternativas para que ellos compensen esos desequilibrios y aquí aparece el contacto con la naturaleza como un camino razonable de sanación.

(C. Vaca-Zeller)

Mientras menos tiempo estén frente a las pantallas el daño será menor. Es importante que no lo sientan como una prohibición, porque si no se produce el efecto contrario: una sed insaciable por lo prohibido.

¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos para que dejen de vivir en un «mundo inmediato»?

(G. Boldrini)

Los niños han perdido la capacidad de esperar, de escuchar, pierden la noción del tiempo y que todo quehacer humano es un proceso que sigue un curso determinado. Es por esta razón que en sus primeros años deben incorporarse activamente en las labores del hogar, cooperar en el aseo y orden de la casa, ayudar a colocar la mesa, lavar, regar, desmalezar el jardín, etc. Desde esa experiencia van aprendiendo a valorar el trabajo humano y entender que ello requiere lapsos de tiempo precisos. Es la mejor manera de desarrollar la empatía, la tolerancia y la paciencia.

(C. Vaca-Zeller)

Es bueno que vivan procesos, por ejemplo, que amasen pan con la mamá; que planten semillas, vean cómo crecen las plantas y eventualmente cosechen lo que plantaron y lo preparen para comer; que tejan algo útil; que los regalos los hagan ellos mismos con sus manos; incentivar que lean libros cada vez más largos según su edad; que aprendan alguna actividad como pintar, modelar, tocar un instrumento, malabarismo, etc., algo que implique el ejercitarse una y otra vez para lograr un objetivo.