Los adultos conocimos la motivación, la concentración y el goce que implicaba trepar, sacar el paso de baile favorito, caminar sobre un cerco sin caerse, hacer los cálculos precisos para dar en el blanco en una guerra de cojines, o perseverar hasta lograr que una “carpa” improvisada se mantenga en pie.
Todos hemos constatado que el movimiento y la exploración son esenciales para crecer y desarrollarse. Esos juegos y movimientos nos permitieron adquirir destrezas y experiencias que nos volvieron más y más autónomos, capaces de ir poco a poco haciendo y decidiendo por sí mismos.
Bendito movimiento
Una famosa pediatra llamada Emmi Pikler fue una incansable observadora de los niños y defensora del movimiento libre. Ella planteaba que es importantísimo que los adultos acompañemos, demos señales de real interés por seguir la motivación de ellos en sus movimientos y actividades. Pero sin interferir, sin interrumpir eso importante que el niño está descifrando en cada intento.
Sin embargo, cuando como adultos nos paramos frente a los niños nos resulta extrañísimo “concederles” ese espacio de libertad de movimiento y exploración necesarios para su desarrollo. Y, por el contrario, naturalmente empezamos a conducir lo que deben aprender. ¿Por qué necesitamos que los niños estén quietos y no sean tan curiosos? Esta gran pregunta requiere muchas perspectivas para abordarse. Sin embargo, hay algunas ideas que todos podemos reconocer.
Razones: colegio y casa
El sistema educativo tradicionalmente ha funcionado en la medida en que los niños se ajustan a un formato de aprendizaje el cual implica, entre otras cosas, que no se paren en clases, se “concentren” en aquello que los “adultos” definimos que era importante aprender, que no se muestren muy curiosos o preguntones porque eso “interfiere” el proceso y que se acostumbren a recibir las respuestas más que buscarlas.
Por otro lado, en casa, las familias estamos ocupadas haciendo y resolviendo demasiadas cosas y en ese contexto no ayuda que los estén por todos lados riendo, preguntando y jugando alborotados, pues estas actividades nos demandan tiempo y energía.
De esta manera, en distintos espacios les pedimos que posterguen, o más bien restrinjan algo esencial de ser niño o niña, algo central para su desarrollo: la curiosidad y el movimiento como motores para conocer, entender y desplazarse en el mundo. Decimos cosas como “es tan inquieto”, “no se queda tranquila un minuto”, “solo quiere jugar”, “todo lo quiere tocar”. Algunas veces tenemos razones para decir esto desde la preocupación por su bienestar, pero otras veces esto responde más a nuestras necesidades que a las de ellos.
Tres desafíos
Buscar respuestas, crear soluciones y conocer requiere del movimiento para materializarse y permitirnos aprender y disfrutar mientras lo hacemos. Por ello, como sociedad y como padres tenemos tres desafíos frente a la niñez:
- Intentar romper un modelo de aprendizaje obsoleto donde se desestima la curiosidad y la exploración en el desarrollo.
- Reconocer cuando la preocupación por la inquietud tiene que ver con el bienestar del niño o se relaciona más con la apreciación y el juicio de la mirada adulta.
- Aprender a conocer las actitudes de los niños para ayudarles —a partir de su curiosidad natural— a conocerse y conocer el mundo.
Por: Fonoinfancia. Si tienes dudas de crianza puedes llamar de lunes a viernes a los expertos de Fonoinfancia, al número gratuito 800 200818.
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