Conocida como la “angustia del octavo mes” o “angustia ante los extraños”, esta etapa se caracteriza por un alto grado de ansiedad ante los desconocidos o cuando está solo. Incluso deja de estar contento cuando está con otras personas, como con
abuelos a los que habitualmente no ve, y buscará a la madre. O puede suceder que rechace a otros cuidadores habituales y que estos no entiendan qué ocurre.
¿3 años?
Hasta no hace mucho se creía que “la angustia del octavo mes” acababa al cumplir el año, pero hoy sabemos que dura aproximadamente hasta los 36 meses, con comportamientos definidos. Por ejemplo, si no ve a la madre una semana, luego tardará en volver a aceptar el vínculo, por el desasosiego que le ha provocado la separación.
En esta etapa no conviene, por ejemplo, mostrarse indiferente ante su llanto, tampoco es conveniente dejarlo solo mucho tiempo en la habitación, o a oscuras, con la idea de que aprenda a dormir.
Fundamentalmente porque cuando la madre desaparece de su campo visual no será raro que el bebé llore, y lo mismo podrá ocurrirle si un objeto que antes tenía en sus manos se ha caído hacia un sitio donde no lo puede ver. Esto se debe a que lo que él no ve cree que no existe, lo cual potencia su temor natural al abandono.
La noción de permanencia
Este “inicio” de la noción de permanencia de los objetos y de las personas no solo es clave desde el punto de vista intelectual, sino también emocional, ya que le permitirá más adelante al niño ser cada vez más independiente, pudiendo alejarse de sus padres sin tener necesidad de verlos para descubrir el mundo que lo rodea.
Fuente: Libro «100 preguntas y respuestas para ser mejores padres», de la educadora Nora Rodríguez.
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