Aunque la palabra “castigo” genera de por sí algún rechazo porque a nadie le gusta ser sancionado, lo cierto es que su existencia busca desmotivar que una conducta se vuelva a repetir.

A juicio de los especialistas, bien orientado y dentro de una estrategia disciplinaria, el castigo sí puede ser muy útil en la educación de los hijos.

Conversamos con la sicóloga Mónica Bulnes para conocer algunos puntos clave que pueden orientar a los padres en este tema.

¿Qué se considera buen castigo y mal castigo?

El buen castigo sería el que CON CARIÑO no pierde de vista el objetivo de la disciplina: hacer de lo ocurrido un momento de enseñanza. Y sé que puede ser contradictorio mencionar al cariño en este contexto, pero es el ingrediente que verdaderamente hará la diferencia entre un buen y mal castigo. Cuando castigamos enojados se pierde el aprendizaje que esperamos en el niño, ya que podría asociarlo sólo con el mal humor de sus padres y no como una acción directa a lo que él realizó. Aunque parezca increíble, hay muchos papás que castigan por venganza (“Tú me estás molestando con tu conducta, yo te haré pasarla mal también”), por desahogo, por cansancio o desesperación. Ninguna de estas medidas promueve la enseñanza.

Recuerda: lo que queremos es que el niño no vuelva a portarse mal nuevamente, es decir, la disciplina quiere enseñar habilidades que le permitan construir una vida buena y feliz. Y los castigos deberían de apuntar a ese objetivo.

¿Desde qué edad se puede castigar a un niño?

Si pensamos en el castigo como una sanción o consecuencia a una conducta específica aplicada con cariño al hijo para que aprenda a hacerlo de mejor manera la próxima vez que se encuentre en circunstancias similares, se requiere que el niño tenga edad suficiente para entender lo que está sucediendo. No estamos castigando al niño de 1 o 2 años al quitarle un juguete que está rompiendo, o al alejarlo del niño que está mordiendo. A esta edad, con un “NO” expresado seriamente (sin gritar) y con distraerlo es suficiente.

Cuando el lenguaje se ha desarrollado lo suficiente (3 o 4 años dependiendo de cada niño) es un buen momento para explicarle la palabra “consecuencia”: si haces X, pasará Y. Lo ideal es que sea dentro de una estrategia. Me explico: la meta de cualquier padre de familia es preparar a los hijos para la “vida real”. Es decir, para que puedan, por sí mismos, ser capaces de tener una vida buena y feliz. Así que todas, y repito TODAS, nuestras acciones deberían estar orientadas a este propósito, incluida por supuesto la disciplina familiar.

Por eso propongo la metodología llamada “Hijo, tú mandas”, que explico en mi libro “No más víctimas”, donde muestro que nosotros somos los dueños de nuestro destino y que es desde la primera infancia en que podemos enseñarlo a los hijos.

¿Cuáles son los principales errores que cometen los padres a la hora de castigar?

El principal es perder de vista el objetivo. Y este descuido se refleja en papás que gritan, lloran, golpean, ceden, amenazan, se rinden, etc. Suelo decir a los papás que nunca castiguen algo que a ustedes les guste mucho que haga su hijo. Por ejemplo, si te encanta que tu hija esté en clases de ballet no se las quites como parte de un castigo, ya que una vez que no estés tan enojado aumentan las probabilidades de que no te mantengas en la decisión de que falte a una clase, porque al final lo consideras como algo más valioso que perder, que lo que hizo. No cumplir con la consecuencia de una falta cometida es tan dañino en la formación de una persona, como el corregir a base a gritos.

¿Cómo se puede manejar el castigo en adolescentes, pensando que podrían ser más contestatarios, desafiantes, etc.?

Lo fundamental es igual para cada edad. La estrategia “Hijo, tú mandas” aplica perfectamente. Incluso me atrevería a decir que funciona ESPECIALMENTE en la adolescencia, ya que es un acercamiento que enseña responsabilidad, autocontrol y promueve la autoestima. Pero obviamente entre más pequeños sean los hijos al emplear esta técnica, mejores serán los resultados y más fácil será mantenerla en la adolescencia, pues los hijos estarán acostumbrados al estilo y se convertirá en parte de la cultura familiar.

Además, algo crucial: ¡NO ENGANCHES! Si respondes a cada cara, elevación de ojos o “ruido raro” que tu hijo haga cuando le dices o pides algo, la interacción se volverá conflictiva y terminará en una lucha de poder que, aunque la ganes, será desgastante y perjudicará la calidad de relación con tus hijos. No permitas faltas de respeto, pero trata de ignorar los gestos de mala gana, siempre y cuando el joven cumpla con su responsabilidad.

¿Qué puedes decir acerca de los castigos físicos? Por ejemplo, hay quienes no ven daño en una nalgada.

Haciéndolo con suavidad no causa ningún daño, pero tampoco enseña lo adecuado. El golpe será eficiente (tal vez) para detener la conducta indeseada, pero la lección será: es válido reaccionar con violencia ante una dificultad. Y no habrá aprendido lo que SÍ debe hacer ante esa situación determinada. A veces estamos tan concentrados en el “NO”, que nunca enseñamos el “SÍ”. Así que soy de las que no creen en el golpe como método educativo. Ahora, también creo que es prudente decir que se vale, en algún momento de la vida familiar, perder los estribos y dar el “suave palmazo” para detener el mal comportamiento. Lo importante es que no sea nuestra respuesta habitual con los hijos.

Si uno de los padres sufrió castigos no apropiados en su infancia, ¿es posible que replique ese modelo con sus hijos? ¿Cómo ayudar a ese padre?

Definitivamente puede suceder. A pesar de que en muchas ocasiones nos prometemos no actuar de la misma manera en que nuestros padres lo hicieron, este patrón de conducta se queda en el inconsciente y cuando menos lo esperamos brota con los hijos. Se requerirá un ejercicio de voluntad para aprender nuevos hábitos que se establezcan con tal firmeza que el patrón vivido en la infancia no se repita en nuestra vida adulta.

Hay quienes pueden lograr esto sin ayuda especializada, identificando la serie de conductas que los llevan a “estallar” o asumir el rol del papá o mamá que castigó inapropiadamente en la infancia, para después contrarrestarlas con una manera más efectiva de aplicar la disciplina familiar.

Hay quienes vivieron una infancia especialmente difícil, o sencillamente este proceso les parece complicado y desgastante. Para ellos, la terapia personal o familiar es lo más adecuado. Se trata solamente de aprender técnicas necesarias para reaccionar mejor, por lo que no se requerirá de tratamiento prolongado.

¿Qué pasa si no hay acuerdo entre los padres en el tipo de castigo?

Lo primero a recordar es que esto es NORMAL y sucede frecuentemente. Bajo ninguna circunstancia debes creer que tu relación de pareja está en problemas. Los desacuerdos ocurren entre esposos, amigos, compañeros de trabajo, etc. Las diferencias entre los padres deben manejarse en privado, nunca frente a los hijos. Ellos deben ver siempre a sus papás organizados y confirmando las consecuencias por el mal comportamiento. Minimizar la autoridad de tu pareja porque te molesta su estilo o porque están peleados y te quieres vengar, le hará más daño a tu hijo.

El único momento en que me parece adecuado detener a un padre castigando a un hijo es en situaciones de violencia verbal, sicológica o física. ¿Cómo ponerse de acuerdo? Aprendiendo habilidades de negociación, aprendiendo a conceder y convencer, herramientas fundamentales en el acuerdo de la disciplina familiar.

¿Cuánto deberían durar los castigos?

Depende de la edad del hijo y la gravedad de la falta cometida. Entre más pequeño sea, más corto debe ser el castigo. La seriedad de la infracción determinará la duración del castigo. Pero hay tantas consideraciones en este tema que no podemos generalizar y establecer tiempos específicos por edad. El análisis de cada caso será la mejor medida para determinar la consecuencia del mal comportamiento.

Por otro lado, aunque la duración del castigo es un factor importante, para que la acción tenga el efecto buscado (cambio de conducta) es indispensable que el privilegio retirado sea uno que al niño le encante tener: jugar videojuegos, salidas de fin de semana, un juguete, Internet, etc. La combinación “gusto por el privilegio” + “duración del castigo” + aplicados con “cariñosa firmeza”, harán la diferencia en la calidad del manejo de la disciplina en el hogar y tendrán un impacto directo en el ambiente familiar.

Finalmente, creo que un castigo que dure más de un mes pierde su efecto formativo. Tendrían que ser circunstancias muy particulares las que justificaran una sanción más extensa. Pero insisto (y lo repetiré siempre que pueda, ya que me parece clave), TODA la diferencia en este tema disciplinario está en la “cariñosa firmeza”.

De acuerdo a tu experiencia, ¿qué conductas merecen castigo sin lugar a dudas?

La mayoría de las infracciones que cometen los hijos solo requieren una pequeña corrección. ¿Tu hijo dejó un vaso sucio en su pieza? Que el niño vaya por él y lo lleve a la cocina. Incluso, dependiendo si ya se lavaron los platos sucios o no, podría ser el encargado de lavarlo y guardarlo en su lugar. Esto pudiera llamarse “castigo”, pero en realidad es sólo una consecuencia natural de su olvido. Claro que si se lo dices de mala forma, reclamando, recordando las “miles” de veces que le has pedido que no lo haga, etc., entonces la misma acción (llevar el vaso a la cocina, lavarlo y guardarlo) tendrá un efecto negativo en la formación del hijo.

La técnica “Hijo, tú mandas” se centra en dirigir la conducta del hijo de tal manera que aprenda a hacerse cargo de sus responsabilidades, en un ambiente agradable y tranquilo. No es una técnica milagrosa, pues no ofrece resultados de la noche a la mañana, ya que la crianza de los hijos requiere —independiente de la estrategia utilizada— tiempo, paciencia y persistencia. Pero definitivamente es un sistema que da resultados  manteniendo una buena relación entre padres e hijos.

Pero volviendo a la pregunta, el claro y premeditado rompimiento de una regla familiar requiere una consecuencia (castigo) lo suficientemente efectiva como para motivar al joven a no volver a cometer la falta. Con un tono voz calmado, claro y —¿por qué no?— hasta cariñoso, puedes informarle a tu hijo cuál será la repercusión de sus acciones.

Sé empático al notar su molestia, pero no caigas en la tentación de darle mil explicaciones del por qué del castigo, para convencerlo de que en realidad no eres mala persona y lograr ¡por fin! que te entienda… No. Decirle algo como “Veo que estás molesto y te entiendo. A mí también me molestaría que me quitaran un privilegio por algo que hice. Espero que, sabiendo lo que sucede cuando se rompe una regla, no vuelva a ocurrir”. Retirarte después de ello dará los mejores resultados.