¿Cómo saber si sufres el «síndrome del impostor»?
Padres o madres con una excelente carrera en el ámbito profesional, honores académicos en el caso de los niños, elogios, reconocimiento o frases tales como: «Me fue bien en la prueba porque estaba fácil», «Gané la carrera porque los otros eran muy malos», «Ese premio que recibí no tiene mayor importancia», «Solo me seleccionaron para el trabajo porque los otros candidatos no eran adecuados», «Otros saben mucho más que yo», etc.
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Sonríe Mamá conversó con Sandi Mann, doctora en psicología clínica y autora del libro «El síndrome del impostor» (Ediciones Urano), para conocer detalles de este problema tan debilitante que puede afectar a niños, adolescentes y adultos. Fue desarrollado en la década del 70 por dos psicólogas (Pauline Clance y Suzanne Imes), quienes acuñaron la idea como: “la experiencia de sentirse unas farsantes intelectuales”. Se define como esa sensación que tienes cuando crees que no eres lo suficientemente bueno o buena en lo que haces, aunque la evidencia de las cosas diga lo contrario. Tienes la preparación y los resultados demuestran que eres bueno, pero no logras creerlo pese a las pruebas. Afecta aproximadamente a siete de cada diez personas. Todas aquellas personas que tienen evidencia que sugiere que son muy buenos en lo que hacen, pero son incapaces de reconocerlo. Aquí juega un rol la autoestima: en el «síndrome del impostor» existe el indicador clave de no reconocer los méritos como propios. Entonces la inseguridad juega un papel esencial. Estas personas comienzan a excusarse y atribuir a otras variables las razones de su éxito. O a crear conjugaciones como que “están en el lugar correcto y en el momento adecuado”. De acuerdo con las psicólogas que abordaron el tema por primera vez hay tres características definitorias de este síndrome: Entonces, los llamados «impostores» suelen ser: La gran consecuencia de todo esto es una mala construcción o el hecho de bajar mi nivel de autoestima. Asimismo, afecta en las relaciones con otros. Existe toda una carga emocional sobre lo que la gente piensa de uno y lo que el mismo individuo piensa o quiere pensar de él. Entonces, la persona con este síndrome intenta construir la idea de que es segura e increíble, pero llega la noche y se siento falsa, porque ni siquiera ella misma es capaz de reconocer sus méritos. Sí, de todas maneras. Como padres existe una construcción de expectativas: “que debe ser un bueno niño”, “que debe rendir en el colegio”, “que debe convertirte en jefe cuando sea grande». Así se va comparando también con las expectativas que los otros padres depositan en sus propios niños. Y es que poco se enseña que el niño también puede equivocarse. La clave está en enseñar que existe un equilibrio, una justa medida entre el rendimiento, las habilidades y la entrega que uno pone para obtener los resultados. Lo que pasa es que en la crianza tiene que haber un equilibrio o una justa medida. El cariño no puede transformarse en sobreprotección, y la responsabilidad y los deberes no pueden pasar a la sobre-exigencia. Hay que criar a los hijos con seguridad y confianza, y evitar que las expectativas sean muy altas. Hay que enseñarles el valor de la resiliencia, que uno también puede cometer errores y que deben aceptarse como tales. Y no ponerlos en ningún pedestal, porque al elevar tanto las expectativas a los niños y adolescentes les costará mucho bajar de allí. Está muy presente, pues en estos tiempos el ser madre o padre no es el único rol que se tiene. Hoy los padres hacen malabares con el trabajo, el hogar y la familia. Y claramente puede haber un desgaste al darse una autoimposición de que hay que cumplir y abarcar todos los roles. Te sientes cansado y agobiado, sabiendo que para la mayoría de las situaciones estás entregando tu mayor esfuerzo para que todo funcione. Pero aparece el fantasma de que soy “insuficiente” como padre o padre. Está muy relacionado. Antiguamente solo nos comparábamos con nosotros mismos, con las personas de nuestro vecindario o con nuestro grupo de amigos. Sin embargo, ahora con las redes sociales podemos compararnos con el mundo entero y siempre habrá alguien que presente una “hermosa y mejor versión de una bella pieza de madera”. Entonces ahora la fragilidad es mayor, porque a la hora de exponerse en redes sociales siempre se muestra un resultado final que, en la mayoría de los casos, es algo sobresaliente. No se muestra el proceso, el arduo trabajo, ni mucho menos los errores y desaciertos. Implica una profunda revisión interior para revisar la evidencia sobre el real esfuerzo y trabajo que yo como persona he puesto en distintos aspectos de mi vida: el trabajo, la familia, la salud, el colegio, entre otros. Eso entrega un panorama más claro para evitar las inseguridades y recriminaciones. Lo más probable es que todas las respuestas y la evidencia demuestren una entrega y buen resultado y allí viene el trabajo de aceptar que uno sí puede (es) ser suficientemente bueno. Las investigaciones de Clance e Imes sugerían que el contexto familiar puede ser un factor importante a la hora de generar sentimientos de impostura. Y en este sentido, la mayoría de las personas con síndrome del impostor solían provenir de uno o dos tipos de dinámica familiar: El impostor con este contexto familiar habrá crecido junto a un hermano o hermana al que se describiría como exitoso, sobre todo en lo que a inteligencia se refiere, mientras que el impostor sería el sensible y cariñoso. El impostor crece debatiéndose así entre creerse esos adjetivos que se le han impuesto y rebelarse marcándose objetivos ambiciosos, esforzándose mucho en clase e intentando hacerlo todo lo mejor posible. Sin embargo, aun ganándose ese triunfo, puede que la familia se mantenga indiferente y no cambie la percepción de que el otro hermano es el inteligente. El impostor sigue esforzándose, pero como ese mito familiar continúa, empieza a preguntarse si los demás llevan razón y todo lo que él ha logrado hasta ahora ha sido gracias a la suerte o a otros factores. Esta es una dinámica familiar diferente. Aquí el impostor crece a la sombra de unas grandes expectativas que se le han impuesto. La familia lo pone en un pedestal, creyéndolo superior a cualquiera en todos los aspectos posibles: es más atractivo, inteligente, sociable, habilidoso, etc. que cualquier otro. El problema llega cuando el impostor empieza a experimentar el fracaso o al fin se da cuenta de que no es tan perfecto como cree su familia. Entonces comienza a desconfiar de la percepción que tienen sus padres de él y comienza a dudar de sí mismo. Al tener que esforzarse por cumplir las expectativas de sus padres, empieza a creer que no es el genio que ellos creen que es y que, por lo tanto, debe de ser un impostor. Cabe destacar que el contexto familiar no es el único que lleva a desarrollar este síndrome. Pero es importante que los padres mediten acerca de las conductas y modo de crianza hacia sus hijos. [irp posts=»10349″ name=»¿Qué estilo de mamá eres según tu personalidad?»]
Si una de estas frases te suena conocida puede que sufras el llamado «síndrome del impostor», un fenómeno en auge en nuestra sociedad hipercompetitiva. La persona parece incapaz de internalizar sus éxitos como méritos propios y vive con un temor constante a «ser desenmascarado». El problema es que este convencimiento de pensar siempre que «no estoy a la altura», no solo merma gravemente la confianza en uno mismo y la autoestima, sino que puede ser muy perjudicial para el desarrollo de la persona.
¿De dónde nace el llamado «síndrome del impostor»?
¿Cómo reconocer a quienes sufren este síndrome?
¿Cuáles son las consecuencias de tener este síndrome?
¿Se da en niños y adolescentes?
Se sabe que una crianza amorosa ayuda a los hijos con su autoestima. Pero, a veces, un hijo puede manifestar igualmente problemas de autoestima. ¿A qué se debe esto?
En la labor de padre o madre, ¿cómo se manifiesta este síndrome?
¿Este síndrome tiene alguna relación con el exitismo de la sociedad actual?
¿Qué camino seguir para derrotar este síndrome?
Dos dinámicas familiares
Dinámica familiar tipo 1: Hermanos con altas capacidades
Dinámica familiar tipo 2: el hijo pródigo