Se dice que tenemos dos oportunidades para lograr lo que queremos: una es durante nuestra propia vida y la otra es a través de la vida de los hijos. Sin embargo, esta es una aseveración potencialmente dañina y hasta peligrosa para ellos.

Los hijos tienen capacidades o habilidades que son orgullo y admiración de sus padres, lo que es fundamental en la construcción de una autoestima sana. Sucede con frecuencia que muchas de estas características son similares a las que tiene su papá o mamá.

Si alguno de los progenitores tuvo un sueño frustrado y además cuenta con ciertas características de personalidad, puede que uno de ellos quiera concretar dicha aspiración en su hijo.

¿Hijos deportistas?

Pongamos el siguiente ejemplo: una mamá que siempre quiso tener una carrera deportiva y por circunstancias de la vida no pudo hacerlo. A veces de manera inconsciente y otras consciente, empieza a construir el escenario para lograr que su hijo sea un “campeón atlético”. Lo inscribe en clases, lo tiene con régimen alimenticio de deportista, no lo deja flojear en lo deportivo, etc. Todo esto sería muy positivo si el pequeño muestra interés genuino y gusto por estas actividades.

Nunca podremos saber con certeza si el hijo hubiera elegido esta carrera sin la activa participación de esa madre, pero esta información no tiene importancia si él tiene una vida feliz.

El problema ocurre cuando el niño pierde interés y descubre que no quiere tener una carrera deportiva. Es en ese momento donde no solo empiezan las discusiones familiares al tratar de que el menor cumpla el “compromiso” de asistir a las clases en que está inscrito, que participe en torneos o que se alimente como es “debido”.

También se impacta la autoestima del joven al sentir la clara desaprobación de no ser la persona que sus padres esperaban que fuera. Ese es el daño más serio.

Aceptar a los hijos

Lo que de verdad construye a una persona es la aceptación incondicional de sus padres. Esto permite a los hijos crecer como adultos seguros, confiados y capaces de construirse un buen destino. Aprenden que ser como son está bien y por eso son amados, a pesar de que sus proyectos de vida no siempre coincidan con el que sus padres habían planeado.

Los hijos no decepcionan

Cuando un niño crece pensando que decepciona a sus padres y que no les interesa (o incluso desprecian) lo que a él le gusta o  lo que él es, tendrá dolor, resentimiento e inseguridades que le acompañarán hasta adulto.

Esto sucede aun si, con tal de lograr la aceptación y la expresión de cariño de sus progenitores, el pequeño decide cumplir con el sueño de ellos teniendo a regañadientes una carrera deportiva (para seguir con el ejemplo).

Con toda esta dinámica, la relación entre los hijos y sus padres se ve afectada. ¿Con qué confianza se acercará a contarles sus planes para el presente o futuro, si sabe que no es lo que quieren para él? ¿Cómo no va a impactar la relación el posible resentimiento o dolor que esto provoca?

No podemos evitar identificarnos con algunas características de nuestros hijos, a veces positivas y otras negativas. Dependiendo de qué tipo de característica sea, no podremos evitar sentirnos orgullosos o preocupados.

Podemos llegar a decirle que se parece a nosotros en determinada manera. Todo esto está bien. Es parte natural de ser padre o madre. Pero el peligro está en llevar una proyección al extremo, sin control en los límites de lo que significa tu propia vida y la de tus hijos.

Centrarse en SU felicidad consiste en abandonar nuestro propio anhelo frustrado y entusiasmarnos con el sueño que nuestro hijo está trabajando en alcanzar, apoyándolo, acompañándolo y queriéndolo intensamente.

 

Mónica Bulnes. Sicóloga.
Creadora del portal www.preguntaleamonica.com
Especialista en relaciones familiares y personales. Escritora y conferencista internacional.