El paso del tiempo es inclemente. No da respiro y así con la Andrea estamos contando ya 9 meses de vida de nuestros mellizos, mientras recordamos con nostalgia los momentos eternos compartidos con nuestro primogénito, que ya tiene 9 años. Etapas diferentes que conviven frente a nuestros ojos, bajo el mismo techo, generando una serie de situaciones que desafían nuestra creatividad. Y sobre todo, nuestro despliegue mental y físico. Tener hermanos no es una obligación, pero genera un paisaje especial y un espacio familiar bien dinámico.

Hijo único como tendencia

El costo de la vida, la mentalidad de las nuevas generaciones, un planeta diferente. Son variadas las razones que han llevado a las parejas de hoy a reducir y limitar la llegada de hijos al mundo. Hoy son comunes las familias sin hijos o solamente con uno, como consecuencia de decisiones completamente legítimas de sus padres. Para quienes tuvimos un buen rato solo un hijo, por ejemplo, la llegada de hermanos es una revolución a la lógica interna. Nos obliga a mantener las antenas bien conectadas con las emociones del mayor, quien se había llevado de manera natural toda la atención no solo de nosotros, sino del resto de nuestra parentela (tíos, abuelos, primos).

Lo bueno de tener hermanos

La Andrea y yo tenemos hermanos, por lo que al configurar un proyecto familia siempre imaginamos que tendríamos más de hijo. Nos gustaba la idea de generar internamente lo mismo que habíamos vivido de niños, dando la posibilidad a nuestros hijos de criarse acompañados con todo lo que implica un hermano: el cariño, la comprensión, las peleas, la amistad, el apoyo, los temores y tantas otras emociones que forjamos cuando nos criamos junto a otros bajo el mismo estatus, el de “hijos”.

Los celos

Si hay algo que nos ha tenido preocupados con el arribo de dos bebés (y todo el mundo nos pregunta cómo nos ha ido al respecto) es el temor a que nuestro hijo mayor pudiera sentirse “desplazado” o “invisible”, dado el esfuerzo evidente que hacemos en relación a sus hermanos, que hoy no caminan, no se quedan dormidos por propia voluntad, no comen solos y se aburren todo el tiempo. Debo decir que los 9 años son sorprendentes en cuanto al sentido de responsabilidad. Sé de familias cuyos niños de 4 o 5 años se han visto bien afectados por los cambios. Por acá debo decir que la emoción que sigue primando es de felicidad. Nuestro Darío tenía el deseo profundo de tener un hermano (la vida le regaló 2) y ha estado a la altura como para apoyarnos con su propio tiempo cuando se trata de cuidarlos.

 

Por: Rodrigo Toledo. www.papaenrodaje.cl. Twitter: @papaenrodaje