Alberto Abarza: ¡la discapacidad física no es un freno para el deporte!
Volvamos la vista 32 años atrás. Un pequeño niño juega en una piscina junto su madre. Allí siente felicidad… Felicidad que quedó grabada en la memoria de Alberto Abarza, nadador paralímpico de 34 años quien ha cosechado numerosos triunfos en este espacio acuático donde él es absolutamente libre de la discapacidad que lo aqueja. Sonríe Mamá & Familia conversó con Alberto Abarza para descubrir parte de su historia. Destaca que tiene los mejores recuerdos de su infancia: «Tuve unos padres maravillosos que me dieron todas las herramientas para salir adelante. Si bien yo crecí con esta discapacidad, ellos me enseñaron a valerme por mí mismo. Siempre me decían en forma metafórica: ‘Nosotros podemos pescar por ti ahora, pero el día que nosotros no estemos necesitarás pescar tú mismo’. Nunca me miraron como una persona con discapacidad o que no podía hacer nada, me trataron igual que a mis hermanos y me recalcaron que las cosas me iban a costar el doble. Me enseñaron duro, pero eso fue bueno. También me dieron valores importantes que los tengo hasta el día de hoy y que intento dárselos a mi hija». La relación con los compañeros y amigos del colegio fue muy buena. Recuerda que lo sacaban a las fiestas y siempre sintió la compañía y apoyo de ellos. «Me incluían en todas sus cosas y nunca me sentí distinto. Tengo amigos de ese tiempo hasta el día de hoy», señaló. No recuerdo cuando partió, siempre lo hice. Desde los 2 años mi mamá me llevaba a nadar. Entonces creo que el agua se encontró conmigo, no yo con el agua. A los 15 o 16 años dejé de practicar, porque a esa edad me afectó un poco mi condición y pasé momentos difíciles. Pero luego volví a retomarlo cuando tenía alrededor de 25 años. Es el único deporte que he hecho en mi vida. En el agua me siento libre. Es el único espacio donde soy totalmente autónomo. Porque en la vida diaria necesito de la silla de ruedas o dependo de un auto acondicionado para transitar por las calles. En el agua solo necesito gorra y traje de baño, y no dependo de nadie más. Practico nado 6 días a la semana. Hago cuatro horas y media en total, distribuido en la mañana y en la tarde. [irp posts=»3075″ name=»Testimonio: Ser mamá de una hija con discapacidad»] Disfruté mucho mi última experiencia, me reí y lo pasé bien. Tengo siempre en mente un lema: más allá de la medalla hay que valorar el camino recorrido. La medalla es una anécdota, porque el resto del tiempo tienes que seguir respondiendo igual a todas tus cosas. Mi primer entrenador fue quien me enseñó que lo primero es disfrutar el deporte. Él me decía: «Si haces deporte pensando que quieres ganar una medalla no entendiste nada. Hay que hacerlo, en primer lugar, para disfrutarlo». Aparte de la natación Alberto presta servicios para Banco BCI. De hecho, lleva 10 años trabajando y lo disfruta mucho. Pero su plan en 5 años más es irse al sur a vender quesos. «Ya lo tengo conversado en el banco. No necesito tanta plata para hacer eso. Mi hija va a estar más grande y le habré entregado las herramientas que necesita», señala. Alberto Abarza comenta que con su hija tiene una relación maravillosa, de una confianza tal que ni la mamá se lo explica. «Yo estoy separado, por lo que hay semanas en que me toca estar con ella y otras no. Cuando eso ocurre le hablo harto y le explico muchas cosas con una mirada de respeto. Lo que más quiero inculcarle es la transparencia y el no mentir. A veces pasan anécdotas. Por ejemplo, una vez le ayudé con una tarea sobre cómo venían los niños al mundo y la profesora quedó loca con la presentación porque mostraba parte del proceso. Me dijeron que era muy explícito con mi hija», comenta riendo. Por lo menos una vez al mes van a la playa y tratan de hacer muchas cosas en el día a día. Pero Alberto reconoce que tiene una preocupación al respecto: «Sé que mi discapacidad avanza y eso me pasa la cuenta. Me vuelvo loco y trato de darle el gusto en todo. Ahí la mamá habla conmigo y me dice que también es nuestro deber educarla». Lo asumió muy bien. Una sola vez me preguntó, se lo expliqué y entendió. En cierto modo siento que ella maduró antes con esto. Nunca me hizo un berrinche en el mall o se escapó corriendo, porque sabía que yo no la iba a poder alcanzar. Alega por mí en muchas partes. A veces dice: «Papá, yo subo por la escalera porque tú estás en silla de rueda y tienes que usar el ascensor. No como esta gente que se aprovecha». O en los estacionamientos de discapacitados pregunta: «Señora, ¿usted tiene discapacidad?». Ella tiene mucha personalidad y también es muy servicial. Me encanta eso, pero ojalá que nadie se aproveche. Por ejemplo, ahora quiere aprender lenguaje de señas con el fin de ayudar a otros. Esto debe partir en la casa. Si un papá le manda un justificativo a su hijo para no hacer educación física ya partimos mal. Hay que enseñarle que el deporte debe ser parte de su vida. Yo me levanto a las 04.00 o 04.30 de la mañana y ando perfecto en el día, porque el deporte libera endorfinas. Y no solo te entrega beneficios en lo anímico, sino que te da valores: compañerismo, confiar en los demás y hacer equipo. [irp posts=»4063″ name=»La importancia del juego en niños con discapacidad»]
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Síndrome Charcot-Marie-Tooth se llama la enfermedad que llegó a la vida de Alberto cuando aún era niño. Es degenerativa y va atrofiando poco a poco los músculos hasta dejar el cuerpo absolutamente sin fuerza. Hoy Alberto debe utilizar una silla de ruedas, no puede escribir y tiene dificultad al respirar, pero no por eso se amilana o se victimiza. Todo lo contrario: aprendió a luchar y ser perseverante, valores que quiere traspasarle a su hija de 9 años: Becciée Saray (que significa «amada princesa» en una mezcla de francés y hebreo).
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