La muerte es un tema que la mayoría de las personas tienden a evitar por el dolor que provoca o podría provocar. Lo cierto es que el procesamiento de la pérdida dependerá de muchas variables.

Sin embargo, existen algunos elementos generales que es fundamental considerar para acompañar a un niño que pierde a un ser querido.

Escuchar

El primer elemento es la necesidad de que alguien escuche y acoja las preguntas del niño. La muerte ya es un hecho y silenciarla no hará que no exista, sino que solo generará más y más preguntas, y más y más angustia. Además, los niños tienen una gran capacidad para imaginar y tienden a “rellenar” cuando no encuentran respuestas que les den seguridad.

Rutinas

La muerte del padre o la madre genera una sensación de caos y desorden. El mundo se vuelve inseguro en el imaginario de la infancia. Es por es que es necesario intentar conservar la rutina del día a día. Por ejemplo, manteniendo la hora de acostarse, la hora de hacer las tareas, las visitas a la familia y las horas de comer. Así, aun cuando hay cambios evidentes, al menos habrá ciertos elementos que se mantienen, generando la sensación de seguridad y certeza.

Contención

Un tercer elemento es la necesidad de contención emocional. Frente a la tristeza, es necesario acogerla y escucharla. No hay que negarla ni anularla. Lo mismo pasa con la rabia. Cuando un adulto llora porque perdió a un ser amado lo dejaremos llorar y no le diremos “no pasa nada”. Los niños tienen el mismo derecho a sentir y expresar.

Es probable que a veces los adultos experimentemos temor cuando un niño llora. También da pena y no sabemos qué hacer. A veces el temor nos lleva a generar “la conspiración del silencio”. Es decir, aquí no ha pasado nada, todo debe seguir avanzando y hay que guardar u ocultar lo que sentimos.

Esta es una práctica muy frecuente. Y es que nadie nos prepara para la muerte, aunque es la única certeza que tenemos. La invitación es a escuchar la voz de los niños, a validar lo que sienten y dar valor a sus experiencias.

 

Por: Sofía Hales, sicóloga clínica infantil y de adultos.