Las personas nos vemos determinadas por nuestras creencias, pues construyen nuestra realidad. Y de nuevo nos hallamos ante una creencia: “la confianza se gana y se pierde”. Si así fuera, ¿quién establece cuándo se gana y cuándo se pierde respecto de los niños y jóvenes? La respuesta es evidente: el adulto lo establece de acuerdo con sus expectativas.
Es decir, el niño o joven “falla” y el adulto dictamina. ¿Es que los adultos no fallamos o no nos equivocamos? ¿Y qué sucede cuando alguien dice que no confía en nosotros? ¿No nos gustaría oír y sentir que la persona nos dice: a pesar de tu equivocación confío en ti? Si hacemos una encuesta acerca de qué preferimos, un mundo construido sobre la confianza o sobre la desconfianza, ¿cuál sería nuestra respuesta?
La confianza es una actitud de vida. No se rompe, porque no se puede romper, es decir, existe o no existe. No podemos confiar solo a veces, pues es una decisión o un camino: confiamos o no confiamos. Es decir, mi vida y camino se basa en la confianza o se basa en el miedo y la duda. Es una elección. Y de acuerdo con esa elección, actúo en consecuencia.
Eligiendo un camino
Si nuestra elección es la confianza, nuestra elección significa que “confío plenamente en las decisiones de mis hijos y confío plenamente en sus capacidades y entiendo que necesitan practicar mucho para hacerlo cada vez mejor. No dejo de creer ni confiar en ellos cuando se equivocan y comprendo que las caídas y las equivocaciones son parte de este aprendizaje mutuo”.
Si nuestra elección es la confianza, la cultivamos en nuestros hijos desde que son pequeños. ¿Cómo?:
- A través de nuestra tranquilidad y paciencia.
- Estableciendo límites claros que los contengan y les marquen de forma clara que los actos tienen consecuencias y que cada uno elige lo que hace y, por tanto, asumimos las consecuencias.
- Les transmitimos que los errores y las equivocaciones son fundamentales para aprender y avanzar en la vida.
- Los acompañamos y escuchamos sin necesidad de dar un consejo constantemente ni de resolver por ellos. Es decir, observar, escuchar, creer y confiar.
¿Adulto sobreprotector o amigo?
Entonces, ¿en qué momento el niño o joven dejó de confiar en el adulto? Probablemente, el día en que los adultos dejaron de guiar a los niños y prefirieron cambiar, transformándose en sobreprotectores o en amigos.
El adulto sobreprotector no cree ni confía en las capacidades de los niños, y estos se sienten incapaces e invalidados. El adulto amigo se sitúa a la misma altura del niño. Y ¿cómo un niño podría confiar en este adulto que no cree en él o que le pregunta todo y no toma decisiones?
Lo correcto es que los adultos siempre estén presentes durante la formación de sus hijos y que les entreguen herramientas; no que resuelvan todo por el niño o joven.
Por: Sylvia Langford, psicóloga especialista en desarrollo de la voluntad. www.flowing.cl
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