Sin duda, el ser padres y madres siempre ha representado -entre muchas cosas- una gran responsabilidad en términos de lo que somos capaces de promover en nuestros hijos. La palabra futuro parece eclipsar el presente, y como padres y madres podemos dejar de ver el potencial que hay en nuestros niños e inclusive anular sus capacidades. Todo aquello en virtud de cumplir nuestras expectativas personales.

En el mejor de los casos, las expectativas tienen que ver con entregarles lo mejor y verlos crecer integralmente. Aún así podemos caer en prácticas de crianza que van en contra de la naturaleza de la infancia. En el peor de los casos podemos dejar de ver a nuestros hijos en el sentido amplio de la palabra y sentirlos como una extensión de nosotros mismos.

Los llamados «súper papás» no se detienen en su quehacer, son muy protectores, todo terreno,  planifican todo, lo resuelven todo y piensan en todo. Cuando los «súper papás» entra en acción, no hay espacio para el otro, no hay concesiones. Los hijos e hijas no siempre tendrán oportunidad de desplegar por sí mismos sus recursos, a menos que eso tenga que ver con lo esperado.

¿Aprehensiones?

Cuando los padres se aferran fuertemente a la idea de hacer de sus hijos lo mejor, con una conciencia de la infancia como un proyecto a largo plazo, pueden perder en esa idea el proceso de acompañarlos en su crecimiento. Es normal que puedan tener aprehensiones, pero que ellas determinen el modo en cómo se relacionan con sus hijos puede derivar en una relación que no promueve el desarrollo del niño desde sí mismo, ni el respeto de sus particularidades ni de su individualidad.

Es así como podemos encontrar padres o madres más exigentes y centrados en los logros, padres o madres que les cuesta confiar en las capacidades de sus hijos y los acompañan intrusivamente, o inclusive padres y madres que no proporcionan una estructura clara y consistente.

Los niños necesitan padres que sean exigentes, en cierta medida, pero que puedan presentar desafíos acordes a su estadio evolutivo. Así generarán una conducta de búsqueda y de acción que a la vez les muestre algo de sí mismos, su maestría, que puede ser el modo en que él o ella se las ingenien para realizar las cosas. Un padre que se detiene a ver cómo su hijo desarrolla un desafío confía en los recursos de él.

Cómo identificarlos

Las características descritas pueden facilitar que los «súper papás» sean vulnerables a la sobreprotección. Este estilo se caracteriza por papás que brindan un exceso de atención, preocupación y cuidados, lo que en general se acompaña de una implicación emocional excesiva, dando poco espacio para que los hijos puedan enfrentar desafíos, equivocarse y aprender de sus errores. Son padres que pueden tener dificultades manejando la propia ansiedad de ver a un hijo enfrentando un problema. De esta forma, pueden caer en intentar aliviar su ansiedad por medio de evitar el sufrimiento del niño, resolviendo ellos mismos la situación enfrentada por el menor.

Algunos signos de sobreprotección son los siguientes:

  • Realizar cosas por los hijos que éstos ya pueden resolver por sí solos.
  • Sentir preocupación y dudar de la capacidad de los hijos para enfrentar desafíos.
  • No tolerar la frustración de los hijos, angustiarse más que ellos por sus problemas.
  • No establecer reglas y límites por miedo a frustrarlos.
  • Anticiparse a los deseos de los hijos buscando satisfacerlos de sobremanera.

¡Lo mejor!

Los «súper papás» tienden a querer lo mejor para sus hijos, pero estas expectativas pueden tener que ver más con sus propias necesidades que con las de los pequeños. A veces, los adultos se enfrentan a sentimientos de culpa, los cuales no siempre son conscientes (por ejemplo: no poder compartir todo el tiempo que quisieran con sus hijos, etc.) y de alguna forma tratan de compensar la falta intentando satisfacer los deseos de los menores. Otros pueden querer validarse desde el rol de padres por la alta valoración que atribuyen a la parentalidad, y en nuestra cultura existe la creencia de que para ser buen padre hay que tener una entrega total.

De esta forma, existen factores sociales, emocionales y del niño que se conjugan para que un «súper padre» cruce la línea hacia la sobreprotección. Lo importante es que, además de preocuparse de mirar al niño, se tomen un tiempo para mirar desde qué lugar están ejerciendo su rol de padres.

El camino correcto

Las consecuencias del estilo sobreprotector varían de acuerdo a la intensidad de la sobreprotección y a las características del niño. Sin embargo, se debe tener presente que un menor sobreprotegido recibe el mensaje implícito de que no es capaz. Esto puede ir generando inseguridad, baja sensación de autoeficacia, menos autonomía, más dependencia, baja tolerancia a la frustración, pataletas y miedos. A largo plazo, se puede observar dificultad para enfrentar problemas y tomar decisiones, problemas con figuras de autoridad, tendencia al egocentrismo y no asumir la responsabilidad de las acciones. Es por esto que la sobreprotección en la infancia, efectivamente protege a los niños de peligros y frustraciones del presente, pero puede desprotegerlos para enfrentar el futuro.

¿Cómo se puede ser súper padres sin caer en la sobreprotección, es decir, en el verdadero sentido de la palabra? Aquí van algunas ideas:

  • Conocer las características de la etapa evolutiva que atraviesa el niño o niña.
  • Promover desafíos acordes a su etapa evolutiva.
  • Acompañarlo en las distintas actividades, favoreciendo el desarrollo de soluciones sin imponer la solución.
  • Confiar en los recursos de los niños y a la vez reconocer sus limitaciones, pero por sobre todo confiar en la maestría del niño.
  • Entregarles afecto sin condicionalidades.
  • Respetar sus tiempos, sus necesidades y no apresurar procesos.

 

Por: María Esther Ferrer y Victoria González, sicólogas infanto-juveniles Cetep.