Desde hace tiempo escucho a educadoras de párvulos y profesoras decir que marzo, con su inicio de clases, es un mes perdido. Esto debido a que los niños lloran, les cuesta adaptarse a su nueva sala, pelean e incluso hay niños que de tanto llorar les da fiebre. La respuesta que dan las educadoras a los padres es: “No se preocupen, se le va a pasar. De aquí a un mes va a dejar de llorar”.

Pero, ¿da lo mismo que el niño llore la mañana completa? ¿Da lo mismo que piense que fue abandonado en un lugar extraño con personas que no ha visto nunca en su vida? ¿Da lo mismo que la mamá y el papá se vayan al trabajo o a la casa pensando que su hijo sufre? Si un niño tiene su sistema nervioso alterado, su nivel de cortisol —hormona del estrés— estará sobre lo normal, por lo que su cerebro no se abrirá a aprender nada.

Para que un niño aprenda debe sentirse seguro, querido y acogido. Recién ahí podrá concentrarse cuando le lean un cuento o cuando haga experimentos científicos. Entonces, no nos podemos dar el lujo de perder todo un mes para que el niño simplemente acate o asuma que tiene que ir al jardín y al colegio, aunque su sistema nervioso siga alterado porque no tuvo una buena adaptación.

Encuentro en la sala

  • Expertos norteamericanos dicen que es mejor partir bien desde el primer día que tener que remediar el problema durante el año.
  • Por eso, en países líderes en educación como Finlandia, Singapur y Australia, todos los jardines infantiles y colegios (niveles iniciales) tienen como norma un periodo de adaptación de una semana.
  • Esto tiene como fin que tanto niños como padres conozcan y disfruten de su nueva sala, conozcan y conversen con sus nuevas profesoras y que el lazo afectivo entre los niños y sus profesores se dé en la presencia de sus papás u otro adulto significativo.
  • Este periodo de adaptación se organiza de tal manera que los niños pueden estar, por una semana y por periodos de una hora, jugando con sus papás en la sala, leyendo juntos los libros y jugando con un grupo de compañeros.
  • Poco a poco el niño se va dando cuenta de que el jardín es un lugar confiable y entretenido, al tiempo que ven a sus papás conversar con sus profesoras por lo que dejan de ser adultos desconocidos.
  • Este período de adaptación es bueno para todos: niños, padres y profesores. El sistema nervioso de los menores queda protegido y a la semana siguiente se quedan solos y felices en sus respectivas clases, para que las profesoras pueden dedicarse de lleno a enseñar. Es una semana de inversión y se gana un año de aprendizaje.
  • Un periodo de adaptación les entrega a los niños y a sus familias la dedicación y cariño que todos nos merecemos. Desde ahí sus corazones y cerebros se abrirán para conocer y aprender todo lo que queramos… el cielo será el límite.

 

Por: Carolina Pérez Stephens. Educadora de párvulos UC. Master en educación Harvard University, docente Universidad de los Andes. Directora de Helsby International Preschool.