Sabemos que el estrés a veces nos juega malas pasadas y, entonces, quienes pagan el costo son nuestros hijos. Estamos enfrentados a permanentes exigencias de todo tipo y criar puede volverse una tarea altamente desafiante y para la cual no siempre contamos con los apoyos que requerimos.

Aunque suene repetido y poco original, lo primero que hay que decir es que “a nadie le enseñan a ser madre o padre” y para nuestra generación es particularmente difícil, porque las pautas de crianza han cambiado respecto a nuestro modelo natural que eran nuestros propios padres. En nuestra niñez, recibir castigo físico por un “mal comportamiento” era lo habitual y socialmente aceptado, más aún, era parte de lo que se entendía como “educar bien”.

El buen trato forma personas menos agresivas

Actualmente, se tiene mayor conciencia del daño que puede causar el maltrato en sus distintas formas: físico, psicológico o verbal. Sabemos gracias a investigaciones científicas que tratar bien a los niños es fundamental para su desarrollo neuropsicológico. Las caricias, los abrazos, los besos, la lactancia materna, las miradas, las palabras amorosamente dichas son todas conductas que facilitan las conexiones sinápticas y tienen un efecto estructurante y potenciador de los recursos biológicos, cognitivos, psicológicos, afectivos y sociales del niño, especialmente en la etapa clave de su formación que es en sus primeros 4 años de vida.

Las investigaciones también apuntan a señalar que así como la agresión y la violencia son conductas que se aprehenden y se repiten en la adultez, ocurre lo mismo con lo contrario. Es decir, criar sin caer en la agresión permitirá formar adultos que no tendrán ese patrón de conducta y, por tanto, serán más capaces de resolver sus conflictos de una manera pacífica y constructiva.

Aprender a decir NO

Pero no basta tenerlo claro en la teoría, lo importante es cómo uno aprende a manejar situaciones difíciles de crisis con los niños de una manera no violenta en la vida cotidiana. ¿Por qué cuántos podemos decir que nunca se nos ha escapado un grito o una palmada cuando las situaciones se vuelven incontrolables?

Lo importante es tener herramientas concretas que permitan tener métodos efectivos para poner los límites necesarios, pero sin caer en la agresión. Por ejemplo, ser coherente y consistente al decir “no” frente a determinadas conductas, porque suele ocurrir que para evitarnos un mal rato o “sacarnos” el problema de encima, decimos “si” con lo cual el niño aprende que “hinchar” es un buen método para conseguir su objetivo.

En esto además atentan dos graves males que se potencian y complementan: nuestro sentimiento de culpa por el poco tiempo que les dedicamos y nuestro afán de compensarlos, cayendo en el error de pensar que para ser cariñoso, atento y acogedor nunca debemos  decirles no.

Conducta que obviamente se vuelve un “boomerang”, porque nos genera situaciones de conflicto y crisis que luego no sabemos manejar y que pueden generar reacciones violentas.

Algunos consejos

Calma

Si tu hijo se pone furioso cuando le pones límites frente a una situación específica, lo importante es mantener la calma, explicarle las razones y “ser el adulto” que se mantiene firme y sólido frente a una determinada orden. Por ejemplo, “sé que quieres jugar, pero es hora de comer y debes sentarte a la mesa y estar tranquilo”.

Temores

Analiza tus propios temores y evalúa si estás actuando correctamente. Un ejemplo clásico es la hora de dormir que suele ser un momento de conflicto. Por ejemplo: si un padre antes de acostar a su hijo (a) deja una luz encendida, por si la oscuridad asusta al niño, da por sentado que es inquietante antes que tranquilizador. Si el niño tiene miedo por las noches y cedes llevándolo a la cama contigo, no creará estrategias para enfrentar ese temor.

Hay que permitirle al niño la experiencia de averiguar que no hay “monstruos en su pieza”. Debe aprender a inventar métodos para controlar el miedo; con el tiempo y la ayuda de distintas estrategias conseguirá que el miedo desaparezca y fomentará su confianza en sí mismo y su adaptabilidad. Con el miedo, no son suficientes las palabras tranquilizadoras para ahuyentarlo, hay que experimentarlo, aprender a dominarlo y superarlo. Planear juntos cómo enfrentarlo suele ser una buena estrategia.

No comen

Otro clásico para despertar nuestra impaciencia es cuando los niños no quieren comer. Hay que entender que esta conducta generalmente está relacionada a una vivencia emocional, siendo necesario que el adulto traduzca su reticencia: puede ser que algo no le guste, o que al ambiente no esté adecuado, o que se sienta tenso. Una vez que comprendemos a qué se debe la reticencia del niño a comer, es posible establecer algún acuerdo donde se pueda reemplazar algún alimento que al niño no le guste por otro, transmitiéndole al niño el respeto a sus gustos, al mismo tiempo que le permite a la madre mantener la postura de que hay muchos alimentos deliciosos, y que es importante que se alimente bien.

Disculpas

Si alguna vez haces o dices algo de lo cual te arrepientes, no es el fin del mundo, una disculpa puede ser muy positiva; de esta manera le enseñas un modelo que consiste en reflexionar sobre tus actos, darte cuenta de que te has equivocado, reconocerlo y pedir perdón; posibilidades que se abren también para él.

Por: JUNJI.