Con frecuencia nos sentimos sobrepasados cuando presenciamos “una pelea” entre nuestros hijos. Nos preguntamos: ¿será esto para toda la vida?, ¿estaremos haciendo algo mal como para que exista tanta rivalidad entre ellos?

Siendo un tema que, justificadamente, nos preocupa como padres, muchas veces centramos la atención en lo que tenemos que evitar y no en lo que tenemos que favorecer. Con esto quiero decir que no es un tema que se solucione sólo corrigiendo la actitud de nuestros niños, sino que tiene que haber un clima profundo de aceptación por parte de los padres acerca de las diferencias que tiene cada uno de los hijos. Si esto no existe, seguramente estaremos promoviendo un mayor grado de rechazo entre ellos.

Cada hijo necesita sentirse ACEPTADO tal como es, y esto significa quererlo incondicionalmente a pesar de sus debilidades, ya que como hemos visto en artículos anteriores la aceptación de las debilidades del niño es el primer paso para el cambio.

Pautas de acción

Lo que aparece tan fácil de decir sabemos que es muy difícil, pero no imposible, de implementar. Pasa por reconocer que yo como padre también tengo mis debilidades y que al verlas puedo esforzarme por superarlas, requiere de tiempo, perseverancia y madurez. Formar positivamente a mi hijo tiene que ser la constante, es decir, reconocer y manifestarle lo que hace bien, reforzarlo continuamente mostrándole sus recursos, sus potencialidades y también sus debilidades, pero con el acento en lo positivo. Esta actitud seguramente reforzará el vínculo que tenemos con él y fortalecerá la confianza necesaria para que el niño crezca y se desarrolle sanamente.

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Hagan una prueba un día cualquiera y anoten en un papel cuántas veces refuerzan a su hijo y lo estimulan en forma positiva, y compárenlo con las veces que lo corrigen y le dicen lo que no tiene que hacer. Seguramente, se darán cuenta que con mayor frecuencia tendemos a corregir en vez de valorar las diferencias.

Esto es importante, porque a pesar de que existen muchos factores que intervienen en la manera que se relacionan los hermanos, no cabe duda de que el más relevante es la intervención que como padres tengamos frente a ellos. Favorecer que el niño se sienta valorado por lo que es  y no por lo que debiera ser, ayudará a desarrollar entre los hermanos un vínculo positivo.

Otros factores

Asimismo, me parece importante reflexionar sobre otros factores que nos facilitan una buena relación fraternal como:

1-Diferencias

Valorar las diferencias de cada uno de nuestros hijos en forma positiva, sin caer en las comparaciones, que como todos saben son odiosas y no dan los resultados esperados.   Decirles individualmente: “Me encanta cuando tú me ayudas con tu hermano chico o me alegra que hagas solo tus tareas”; “Qué rico que me obedezcas cuando te pido que te laves los dientes, me gustaría que mañana fuera igual”.

2-Normas claras

Establecer normas claras tanto para el sistema familiar como para cada niño en particular, que le permita a cada uno de ellos tener la percepción de que los padres son “JUSTOS” en la medida que le dan a cada menor lo que él necesita. Esto no es tan fácil y requiere de un mayor grado de comunicación entre los padres y sus hijos. Dialogar con ellos y mostrarles que el mayor de los hermanos tiene, por ejemplo, un mayor grado de responsabilidad pero a la vez también tiene un mayor grado de libertad, como puede ser quedarse hasta más tarde en la casa de un amigo o viendo televisión.

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3-Respeto y cariño

Incentivar entre los hermanos actitudes que expresen el respeto y el cariño que se tienen, especialmente en situaciones significativas (cumpleaños), con un saludo personal y en familia antes que los amigos, o cuando uno de ellos está pasando por un mal momento invitar a los demás a ver cómo lo podemos ayudar para que no se sienta tan mal. Estas experiencias tan significativas quedan en la retina y favorecen el desarrollo de un vínculo afectivo.

4-Cooperación

Promover en la familia instancias de cooperación o juegos comunes que promuevan una relación más positiva entre ellos, como cocinar juntos, ir a un partido de fútbol o al cine, participar de actividades con intereses comunes como ir a clases de natación o tenis donde los niños pueden interactuar entre ellos sin sentirse evaluados.

 

Por: Paulina Lucherini y Mónica Bendek, sicólogas clínicas de adolescentes y terapia de parejas.