La palabra manipular significa manejar algo con las manos o con cualquier otro instrumento para obtener un resultado deseado. Así, entendemos por niños manipuladores aquellos que logran que sus padres hagan lo que ellos quieren. Sin embargo, debemos preguntarnos: ¿quién no tiene algo de manipulador?

Si bien es cierto que todas las personas pueden ser manipuladoras en algún momento, la diferencia está tanto en niños como en adultos en la intensidad, frecuencia y a lo que están dispuestos a llegar por manejar a los otros a su antojo. Todos los niños pueden ser excelentes manipuladores, pero que lo hagan o no depende de los padres.

Inseguridad de los padres

Podemos reconocer dos formas de hacer de los niños personas manipuladoras. La primera son aquellos padres que pueden cambiar de opinión y parecer dispuestos a quedar a merced de las disposiciones de sus hijos con tal de dejarlos siempre contentos, evitando que se enojen, para sentir de esta forma que sus hijos los quieren.

Esto quiere decir que la inseguridad de los padres -que encubre el temor a perder el amor de los hijos- sin darse cuenta va provocando la misma inseguridad en los niños, haciendo que estén siempre insatisfechos, sintiendo que nada los hace felices ya que son incapaces de tolerar la frustración. Los límites claros y la seguridad de los padres para hacerlos respetar es lo que les da a los niños un marco de contención, que les genera confianza y seguridad en su medio y luego en sí mismos, aunque eso signifique tolerar el enojo de los hijos en muchas circunstancias.

¿Padres manipuladores?

La segunda forma de criar hijos manipuladores es más compleja y tiene que ver con aquellos padres que tienen una personalidad manipuladora, siendo ellos mismos los que manipulan a sus hijos a través de sus emociones y sentimientos, especialmente a través del manejo de la culpa, para lograr que actúen a su antojo. Estos hijos son inseguros y débiles y lo más probable es que repitan el modelo de relación manipuladora con su entorno.

Todo esto puede ir en un continuo que va desde la manipulación normal de algunos niños, hasta una manipulación enfermiza, que incluye mentiras y trucos para lograr que los otros hagan lo que él quiere. En el primer caso, son los padres los que en algunas ocasiones permiten consentirlos o mimarlos como expresión de cariño y en calidad de excepción, pero esto no implica que se pierdan los límites del rayado de cancha que ellos mismos han hecho.

Esta diferencia da lugar a la distinción entre una conducta manipuladora y una personalidad manipuladora, ya que en el último caso la manipulación se transforma en un sistema de defensa que se crea en la infancia, cuando el niño se mantiene atento a los errores afectivos del padre más vulnerable de ser manipulado y le hace sufrir mediante la culpa principalmente. Consiguen así lo que quieren y suelen transformarse en niños-reyes, demasiado admirados. Se transforman en personas poco capaces de ver, respetar y valorar al otro, llegando en el extremo a ser perversos.

Pedir a través del llanto

Revisemos ahora el desarrollo normal, donde los niños tienen una dificultad natural para reconocer hasta dónde pueden llegar. Todos quieren probar hasta dónde pueden ejercer poder sobre sus padres para conseguir lo que se les apetece, sin cuestionarse lo que implica su pedido. Por eso, son los padres los llamados a poner límites, preparando a los hijos para enfrentar las frustraciones poco a poco.

Desde que nacen, los bebés consiguen lo que necesitan movilizando a los padres a través del llanto, transformándose esto en un elemento angustioso frente al cual el adulto debe responder, calmando la necesidad del pequeño para que vuelva a su homeostasis y se tranquilice. Paulatinamente, y en la medida que van creciendo, es también tarea de los padres enseñar a los hijos que no todo se puede lograr inmediatamente y muchas veces deberán tolerar un “no” por respuesta, ya sea porque no se puede o porque no es conveniente.

Son por tanto los padres los encargados de ir trazando los límites razonables. Así, el niño comienza a darse cuenta que entre todo lo que pide hay algunas cosas que no les son dadas y otras que sí. Si esto no se produce a tiempo, los menores comenzarán a aumentar su capacidad de pedir y de obtener, llegando a lo que podemos llamar “manipulación”. Comienza en el nivel más próximo, que son los padres, para avanzar luego en espiral creciente hasta otros significativos y extenderse luego a cualquiera que se les presente.

El problema radica en la dificultad de los padres en comprender que los límites son necesarios para formar personas más felices en la adultez. Así, los niños manipuladores, son capaces de disponer de la presencia de los adultos y llevarlos a una relación de dependencia marcada por la dominación del niño sobre el padre.

Frustración

Es aconsejable pedir ayuda profesional si la dificultad  pasa el límite del hogar. Muchas veces estos niños llegan a tener problemas en el colegio, por no poder aceptar reglas ni límites puestos por la autoridad.

Los niños manipuladores, por lo general, se quedan sin la posibilidad de disfrutar lo que tienen y de darle un valor a sus logros porque mayoritariamente tienden a estar disconformes con todo y por eso creen que disponiendo de otros y haciéndolos cumplir con sus deseos serán felices, hasta el próximo deseo que los atormenta hasta conseguirlo y así sucesivamente. Por eso, estos niños están expuestos a mucha frustración de la cual sus padres deben ayudarlos a salir.

Pautas de ayuda

Revisemos algunas pautas que pueden dar una guía adecuada para su conducta, donde la clave para lograrlo consiste en fijar límites con base en explicaciones claras, coherentes y buen ejemplo:

  • Darles instrucciones concretas, cambiar  el “pórtate bien” por expresiones como «dale de comer al perro ahora» o «agarra mi mano para cruzar la calle».
  • Dar opciones de conducta donde el niño sienta que elige entre dos alternativas adecuadas. Por ejemplo: “es hora de bañarte, quieres hacerlo en la tina o en la ducha”.
  • Actuar con firmeza. Se debe dar la instrucción con voz segura y firme vigilando que el niño la cumpla. Esto significa que el niño sabe que debe obedecer.
  • Acentuar lo positivo. En lugar de decirle «no grites» o «no corras», decirle «habla bajo» o «camina despacio». Decirle «no» a un niño indica que hace algo inaceptable, pero no explica qué comportamiento se espera de él.
  • Mantenerse al margen. Significa que le daremos las instrucciones en tono de un deber. Por ejemplo, en lugar de decirle «quiero que te vayas a dormir ahora”, decirle “son las nueve, hora de acostarse» y enseñarle el reloj.
  • Explicar por qué. Deben ser explicaciones breves. Por ejemplo: «no muerdas a las personas, eso les hará daño» o «no te puedo dar un caramelo antes de la cena, pero te puedo dar un helado de chocolate después».
  • Ser consistente. No se puede permitir algo que en otro momento se prohibió, sólo porque ahora estoy de ánimo y en otro momento estamos más cansados y toleramos menos.
  • Manejar emociones. Cuando los padres están muy enojados castigan con mayor severidad y pueden perder objetividad. Es necesario conducirse con calma, tomar aire profundamente y contar hasta 10 antes de reaccionar, mostrando al niño con el ejemplo que una conducta fuera de control no tiene razón de ser. Así, ante una rabieta o berrinche conviene que el padre reflexione un poco antes de castigar.

 

Por: Mónica Bendek, sicóloga.