La vivencia de una separación, nacimiento de un hermano, ingreso al colegio, conflictos con grupo de pares, la muerte de una persona cercana, un desastre natural (incendio, inundación, terremoto), un robo o un accidente pueden superar la capacidad del niño para reaccionar de forma adaptativa. Es entonces cuando puede aparecer el cuadro de ansiedad, que se genera cuando los niños carecen de recursos para afrontar de forma adecuada situaciones o acontecimientos vitales estresantes o traumáticos.

En los trastornos de ansiedad interactúan factores biológicos o constitucionales con factores ambientales y personales. Entre los primeros se encuentran los factores genéticos, biológicos (alteraciones en la anatomía cerebral, en los neurotransmisores, etc.), o constitucionales como el temperamento. Predisponen al individuo a padecer trastornos de ansiedad.

Entre los factores ambientales destacan los acontecimientos vitales o situaciones traumáticas, el estilo educativo de los padres y, en general, los procesos de socialización del niño-adolescente-adulto en los diferentes ámbitos de su vida: familia, colegio, amigos, trabajo, etc.

Entre los elementos personales implicados en la génesis y el mantenimiento de los trastornos de ansiedad destacan la valoración personal y subjetiva que cada persona hace de uno mismo (autoestima) y los recursos de que dispone el individuo para afrontar los problemas (estrategias de afrontamiento).

Modelos de conducta

Cuando el niño ya ha manifestado un cuadro ansioso es necesario que los adultos cercanos a él le entreguen ciertas herramientas para poder enfrentar y manejar el estado de ánimo que genera angustia y dificultad para mantener relaciones interpersonales saludables. Algunos aspectos a considerar son:

  • 1-Hablar con el niño de todo lo que le preocupa y de cómo se siente. Permitir que se desahogue y exponga todas sus preocupaciones, dudas y sentimientos. No forzar al niño a hablar de cómo se siente, sino que estar disponibles cuando él lo necesite.
  • 2-Actuar como modelos de conducta: los niños aprenden a actuar y a afrontar los problemas imitando y adoptando como propios los comportamientos de las personas cercanas a ellos. En este sentido es importante que el niño aprenda a demostrar y expresar sus sentimientos, que sea incentivado a enfrentar las situaciones de conflicto, que vea que sus adultos significativos lo acompañan a afrontar la situación, sin forzarlo ni exigirle cierto nivel de desempeño y de forma gradual: primero acompañado, luego solo, comenzar por la situación más fácil y poco a poco aumentar la dificultad. De este modo comprobará que estar cerca de ese objeto temido (perro, ascensor, etc.) o en la situación estresante no es peligroso ni tiene consecuencias negativas.
  • 3-Adoptar una actitud propicia a la resolución del conflicto o problema. Es importante que los adultos no adopten un papel demasiado directivo: el niño debe aprender a solucionar sus propios problemas. Solucionárselos no enseña al niño a ser autónomo, sino a depender de los padres o cuidadores y recurrir a ellos cada vez que tenga un pequeño contratiempo.
  • 4-Comprender lo importante que es la situación para el niño. No hay que restar importancia a acontecimientos que para un adulto pueden resultar intrascendentes: una pelea con otro compañero, un cambio de profesor, la dificultad en alguna materia escolar, etc. pueden ser lo suficientemente significativas para que el niño se muestre preocupado.
  • 5-Interesarse por la evolución del problema y felicitarlo por los avances, animar al niño y reforzarlo.

La imprescindible autoestima

Es importante considerar que las personas más próximas al niño tienen un papel muy importante en la prevención de los trastornos de ansiedad. Los padres y los educadores pueden reducir el impacto de las situaciones o acontecimientos vitales estresantes que viva el niño, educarlo para potenciar sus recursos personales, promover nuevas experiencias y fomentar hábitos de vida saludables.

La respuesta ante una situación que genera ansiedad depende en parte de los recursos de que dispone el niño para afrontar ese problema y de si percibe que es capaz de resolverlo, es decir, no basta con tener las herramientas para enfrentarse a un problema, también hay que creer que se puede luchar contra él y superarlo. Este sentimiento de autoeficacia tiene mucho que ver con la autoestima. En la formación de la autoestima recobran especial importancia la familia y el colegio.

¿Qué se puede hacer para fomentar una buena autoestima en el niño? Acá van algunas ideas:

  • Entregar amor incondicional: la aceptación sin condiciones de los padres es, sin duda, la mejor estrategia para fomentar en el niño una buena autoestima. El menor debe estar seguro del amor de sus padres hacia él por sí mismo, no por lo que hace. Sentir que entienden lo que le preocupa y se interesan por sus problemas.
  • Brindarle apoyo: los padres deben demostrar a su hijo que ellos estarán allí cuando él necesite ayuda; los profesores deben expresar al niño que ellos pueden ayudarle cuando tenga dificultades en sus tareas escolares.
  • Ayudar al niño a encontrar aptitudes, intereses y actividades. Reforzar y potenciar sus capacidades, animar al niño a mejorar sus habilidades en las tareas que realiza de forma deficitaria y, sobre todo, potenciar aquellas que más le gustan y que mejor o más fácilmente hace.
  • Corregirle cuando hace algo mal. Es importante que se critique su actuación, pero no su forma de ser.
  • Elogiarle por sus avances, por las cosas que hace bien. No exigir perfección ni rapidez. Valorar los resultados que vaya consiguiendo aunque no sean perfectos. A medida que haga las cosas le saldrán mejor y más deprisa.
  • No ser excesivamente sobreprotector. Se ha visto que los niños que están muy sobreprotegidos por sus padres tienen frecuentemente una baja autoestima. La sensación de podernos valer por nosotros mismos se construye día a día y depende de las actividades que realizamos y los problemas que afrontamos. Hay que dejar que el niño se enfrente por sí solo a sus problemas y que aprenda estrategias para superarlos. Los padres no estarán siempre ahí para resolver todos los problemas de su hijo.
  • Fomentar una actitud activa dirigida a la resolución de problemas: valorar un problema como un desafío en vez de como una amenaza, creer que los problemas son solucionables, creer en la propia capacidad para hacerlo, no esperar que se resuelvan por sí solos, no posponer la resolución del problema, no evitarlo, sino fomentar la búsqueda activa de soluciones.
  • Fomentar su autonomía: es importante que desde pequeño el niño adquiera responsabilidades en casa y en el colegio. Ayudar en pequeñas tareas de casa (poner la mesa, ordenar los platos, hacer su cama, etc.), ordenar su escritorio, ayudar a mantener el orden de la sala. Estas tareas serán tanto más complejas conforme aumente la edad. Sin embargo, la autonomía va más allá de que el niño sepa valerse por sí mismo en las tareas cotidianas. Los padres no deben ser directivos y sí, en cambio, promover que el niño sea capaz de tomar sus propias decisiones, aún a riesgo de equivocarse.

Por: Paula Ramírez, sicóloga.