La inquietud por discriminar cuál y cuándo es el límite para una exigencia viene, sin duda, porque estamos en un mundo agobiante. Se ha dado una combinación de factores en la sociedad que provoca una presión muy grande. Los padres se angustian por la cantidad de cosas que hay que hacer y porque está cada vez más preestablecida la forma en que hay que hacerlo. Se supone que la fórmula para hacerlo bien conlleva al éxito y que éste asegura el ser feliz.

En el mundo de hoy es evidente que hay una carga mayor de exigencias y los padres entran en el circuito de presión social. El tema no es fácil, ya que se percibe que si no se exige al niño éste puede no responder a lo que se espera de él, quedando excluido del sistema.

Pero tener éxito no es sinónimo de ser feliz. Cumplir con hacerlo bien, tener reconocimiento o ser feliz respetando la diversidad humana y el ritmo natural de cada persona: esa es la cuestión principal. Hoy estamos percibiendo el costo de que las cosas no funcionen bajo este concepto. No somos más felices y nuestros hijos van cada día más al sicólogo.

Tipos de exigencia

La exigencia puede ser un estímulo motivador o una carga y presión excesivas. Se transforma en carga cuando no tiene que ver con las necesidades del niño, por lo tanto, siempre hay que chequear el tipo de exigencia y la medida de ellas.

Podríamos hablar de dos tipos de exigencias. Las mínimas indispensables que tienen relación con los hábitos de la familia y que aseguran el funcionamiento básico de las costumbres dentro de ella. Orden, horarios, distribución de responsabilidades etc., para que esa pequeña comunidad llamada familia funcione correctamente. Es importante que el niño participe y cumpla estas exigencias básicas. Cuando no las cumple afecta a todos los miembros y normalmente hay un acuerdo general respecto a cuándo se debe exigir.

Un segundo tipo de exigencia es individual y es lo que se supone que debe cumplir una persona para su funcionamiento dentro de una sociedad y para ser feliz. Aquí el criterio oscila entre lo que “le haría bien” y lo que “le gusta”. Entre el rendimiento y la motivación. Un aspecto tiene relación con la capacidad de esfuerzo, voluntad y disciplina y el otro con algo más emocional; uno con resultados externos, otro con bienestar interno.

Podríamos decir que una exigencia correcta y sana es aquella que considera el bienestar interno y no busca sólo resultados. En general, cuando una exigencia es adecuada la respuesta del niño suele ser positiva, porque tiene que ver con lo que él necesita. Cuando hablamos de respuesta positiva no significa sólo cumplir, rendir y mostrar resultados, sino que se le ve contento con lo que está cumpliendo. Hay que chequear que no sea una respuesta positiva con tensión excesiva y ansiedad, ya que significa que el niño lo está haciendo para ser reconocido por sus padres.

Cuando la respuesta no es positiva pueden darse las siguientes situaciones:

  • Estamos frente a una resistencia que el niño debe traspasar. Es bueno para él enfrentar una debilidad propia y una vez que la supere obtendrá los beneficios. Por lo tanto, se comprueba que fue bueno exigirle. El típico ejemplo es pedirle a un niño que haga ejercicio cuando no le gusta. Superada la resistencia se siente feliz de haberlo logrado. Una vez más veremos que cuando la exigencia está bien impuesta la respuesta positiva del niño no tarda en llegar.
  • El niño se niega a esa exigencia con alguna de las formas de oposición. Se rebela, evade, se bloquea, presenta síntomas de ansiedad, miente y dice que cumple y no lo hace. Aquí hay que detenerse y buscar la causa de esa reacción.

Buscar el remedio

Las causas de esta última situación pueden ser variadas:

  • Inmadurez o incapacidad real del niño para responder a lo que se le exige. Por ejemplo, exigirle a un niño que duerma solo cuando tiene terrores nocturnos.
  • Falta de motivación para responder a la exigencia porque no tiene que ver con su personalidad o temperamento. Por ejemplo, exigirle a un niño sensible que juegue rugby “para hacerse hombre”, no respetar un temperamento más tímido y retarlo en público por quedarse callado, exigirle a un niño inquieto que estudie toda la tarde.
  • Falta de motivación para responder porque es su forma de expresar oposición con sus padres. Por ejemplo, el niño no estudia por rebelión contra la frialdad de su padre.
  • Falta de motivación porque hay un conflicto emocional. Por ejemplo, la niña no quiere ir al colegio porque le asusta la profesora.
  • En todos estos casos hay que detenerse, lo que es todo un tema en nuestra sociedad. Observar, sentir al niño, escucharlo y preguntar sin presionar. Todas estas son actitudes que tenemos que desarrollar.

La importancia de detenerse

Es tanta la presión y la velocidad por solucionar todo que no nos damos el tiempo para averiguar bien qué se necesita en una determinada situación. Si estamos atentos, el niño siempre dará señales cuando las exigencias lo están molestando. Estará ansioso y agobiado o simplemente no las cumplirá, se mostrará rebelde o desmotivado.

Detenerse significa preguntarse si las exigencias provienen de ansiedades y miedos propios, de presiones que nos afectan como padres y que estamos traspasando a nuestros hijos. Se hace necesario hoy por hoy que las madres recuperemos la capacidad de sentir y escuchar a nuestros hijos y que no caigamos en la máquina que termina por provocar un daño al otro.

La capacidad para sentir y escuchar es esencialmente femenina. Si se ha perdido es porque la mujer ha perdido el contacto consigo misma. Recuperarse implica escucharse y verificar si se está cómoda con la situación de vida que se tiene. Desde ese momento puede comenzar un proceso paulatino de pequeños o grandes cambios, según cada situación. El punto de partida es siempre el mismo: la firme decisión de buscar maneras de ser fiel a sí misma dentro de su realidad.

Todo esto tiene relación con volver al interior. El mundo nos saca hacia fuera de mil formas. Muchas mujeres viven estresadas y agobiadas y aparentemente no pueden parar. Hasta que sucede algo, puede ser una crisis emocional o de salud, y entonces empieza el proceso. Nos detenemos, nos escuchamos, nos miramos hacia adentro, nos recuperamos y nos centramos. Entonces somos capaces de percibir y manejar con sabiduría y creatividad las variadas situaciones que se nos presentan en el entorno de nuestra querida familia.

 

Por: Carolina Tocornal, sicóloga.