Por ejemplo, un bebé de 4 meses puede relajarse cuando su madre le canta o le habla con ternura, pero alterarse si esta ha tenido un mal día en el trabajo y se dirige a él en un tono de voz diferente del habitual, y lo mantiene. El bebé primero experimentará incertidumbre y luego experimentará estrés, tal vez llore, pero si descubre que estas quejas silenciosas no le sirven de mucho, al cabo de unos instantes tal vez grite o llore desconsoladamente.
Pero también un bebé de 5 meses puede padecer estrés si los gestos y muecas de su madre son de tensión. Cuando la madre siente satisfacción de estar con su hijo mantiene la boca entreabierta, los pómulos elevados y la mirada de amor.
Al cumplir los 6 meses, las comisuras de la boca de mamá hacia abajo lo harán sentirse inquieto. Y cuando tenga 1 año o más incluso llegará a integrar y a combinar, acorde a su madurez, todas estas informaciones en fracciones de segundo.
¿Qué pasa con la distancia?
Y es que incluso mucho antes de los 3 años los niños saben que algo pasa si los padres les hablan a una distancia inferior de 45 centímetros sin tenerlos abrazados o manteniendo algún tipo de contacto físico.
Además, saben que las distancias tienen otros significados: se acortan cuando se trata de una situación de enfado y se alargan cuando se les da una orden, o cuando los padres estaban molestos por algo que han hecho.
Lo que transmiten gestos y actitudes
A partir de los 8 años, cuando ya dominan en mayor medida el pensamiento concreto y poseen un mayor contacto con las propias emociones, si bien permanecen más atentos a lo que ellos tienen para decir, al intercambio de ideas, de opiniones y de otros puntos de vista, también están capitalizando lo aprendido en etapas anteriores. Algo así como si la percepción del lenguaje corporal aprendida y ejercitada durante años les proporcionará una mayor comprensión de los mensajes que reciben.
Si perciben dos significados diferentes, el que se les dice verbalmente y el que se les transmite mediante gestos y actitudes, se dejarán llevar por el segundo, sencillamente porque de cada mensaje que damos a los niños solo un 25% está compuesto de palabras.
Fuente: Libro «100 preguntas y respuestas para ser mejores padres», escrito por la educadora Nora Rodríguez.
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