Generalmente los padres sienten preocupación al observar que sus hijos no siguen instrucciones, hablan muy rápido, con chillidos o gritos, con exceso de saliva, realizan movimientos rápidos y fuertes, muestran risa descontrolada o impulsividad, entre otras cosas. Lo primero que se les viene a la cabeza es que el niño tiene un problema de conducta, que no sabe comportarse, que es desordenado o desobediente y que requiere corrección. Pero no necesariamente es así. Sin saberlo, los padres pueden estar frente a lo que se conoce como desregulación sensorial, algo que no tiene nada que ver con mala conducta o berrinches.
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