Un día, una madre llegó a mi consulta cargada con multitud de exámenes y evaluaciones de su hijo Pedro, un niño con síndrome de Down. Los informes que mostró eran lapidarios: su hijo nunca iba a caminar,  sentarse, ser independiente, hablar, etc. Ante la perplejidad de la madre, tomé los exámenes y los puse a un lado sin leerlos. La miré a los ojos y le pregunté: ¿crees en tu hijo? Sorprendida y confundida, no me respondió, por lo que volví a preguntarle: ¿crees en las capacidades de tu hijo? Su respuesta fue muy sincera: “Nunca me lo habían preguntado”. Y se quedó pensativa.

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