«A mi hijo menor siempre le digo que ser su padre “ha sido a toda madre”, como dicen en México, donde tenemos parte de nuestra familia.
Tengo 50 años y desde hace 8 tengo el cuidado personal de mis 2 hijos. Sin duda, esto ha modificado en parte mi vida. Lo principal ha sido la necesidad de construir un hogar estable y seguro. Dejé la oficina para trabajar desde mi casa. Mi hijo menor tenía entonces 4 años y requería mucha atención. Su madre vivía con su nueva pareja e hijo, a mil kilómetros de distancia. Esto me hizo asumir plenamente mi rol de padre 24×7; tal vez, la experiencia más difícil y bella que la vida me ha dado.
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Aunque me consideraba un padre con varios kilómetros de rodaje, es cierto que nunca terminamos de aprender y que la vida nunca nos deja de sorprender. La cuarentena ha significado, sin duda, intensificar la actividad de padre. De pronto, de un día para otro, estábamos todos en la casa y no podíamos salir. Tal vez yo me preparé para esto inconscientemente. Durante los últimos años automaticé todo lo que pude en las labores del hogar. A pesar de contar con Teresa, nuestra nana que vive en casa, el temor a que se fuera y las malas experiencias anteriores me hicieron prepararme para su partida. Ella debía volver a Perú en marzo, pero la pandemia la obligó a quedarse en nuestra casa.
Con mis hijos —Camilo de 24 y Borja de 12 años— optamos por mantener rutinas de trabajo y estudio con la mayor normalidad posible. La llegada de un piano, que adquirimos en marzo, ha sido un gran aporte. Cada uno, en sus momentos, recurre a él para explorar sonidos y melodías que dan cierto timbre calórico al hogar.
La convivencia no es fácil. El menor es más inquieto y esto de tener una “mañana virtual” donde pasa enchufado, en clases online y chateando con sus compañeros es una nueva realidad, complicada para ellos y para nosotros. Aumenta la dependencia de las pantallas y cuesta mucho desenchufarlos después. El mayor ha reafirmado su personalidad y marca claramente sus diferencias de opinión en varios temas, lo que a veces saca ronchas. En cuanto a mí, soy independiente y hace años que acomodé mi trabajo en casa para cuidar al menor de mis hijos, por lo que mi rutina solo se intensificó.
Un padre en medio de la pandemia
Convivir con la situación general de pandemia genera incertidumbre e inquietudes nuevas. Tratar de hablarlas y comentar la realidad ha sido un sano ejercicio para todos. La cocina, sin duda, ha mejorado. Tal vez es el punto alto de la pandemia: buscar recetas y tratar de hacer de los almuerzos un momento de disfrute y cariño; no siempre resulta, pero lo intentamos.
Las mejoras del hogar han sido otro punto de encuentro. Esas cosas que debíamos hacer y que nunca se hicieron. Pues bien, sin más excusas finalmente las hicimos. Nuevos muebles para los libros, mejoras en los espacios de cada uno con cosas sencillas, pensar cómo reorganizar y ordenar algunas cosas, etc.
Que la realidad es algo agotadora, ¡qué duda cabe! Dejar de ver noticias obsesivamente (malformación de mi profesión) ha sido muy sano. Dar tiempo a otras cosas es un balanceo constante para pensar en cómo se sigue adelante con la vida. La oportunidad que nos da la pandemia de estar en la casa con los hijos es única e irrepetible. Por ello, el ejercicio es poner cada día un poco de uno para hacer esto más amable.
Los tiempos ya son malos y la incertidumbre sobre el futuro es global. La única certeza que tenemos hoy es nuestro hogar y en él hay que trabajar para convertirlo en un lugar especial, sin temor al error, pues esto es parte de la vida. El tiempo para nosotros se mide día a día. Vamos a ir levantándonos de a poco, paso a paso. Y todo parte desde el hogar».
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