Durante los años que abarca la infancia los niños crecen, juegan, se vuelven más autónomos y se relacionan bastante bien con sus padres. Luego viene una etapa de transición que los encamina hacia la temida adolescencia.

Entre los 10 y los 14 años se vive uno de los tramos más complejos del desarrollo psicológico y sin duda afecta tanto a quienes lo están viviendo como a los padres, ya que es cuando se establecen patrones que los acompañarán durante mucho tiempo.

No resulta fácil entender a los preadolescentes: sus estados de ánimo se vuelven más inestables, sus conductas más irritables y hostiles. Piden ayuda a sus padres para después rechazar sus consejos, no les gusta la ropa que usaban de niños, pero tampoco saben cuál quieren ahora. A algunos les gusta hablar de los cambios que experimentan y otros prefieren vivirlos en silencio. Pero todos ellos necesitan tiempo para procesar estas transformaciones que les permiten madurar y formar una personalidad completa.

En su libro “Adiós Infancia” (Ediciones B), la sicóloga clínica Paulina Peluchonneau relata los bemoles del proceso en el que se abandona la niñez para adentrarse en los cambios propios de la adolescencia. Constituye una buena guía para padres y educadores, entregando criterios y no solo consejos.

De acuerdo con la sicóloga, en esta etapa “los padres estarán cruzados por una lucha interna entre retener y soltar a su hijo que crece. Por ende, tienen que estar dispuestos a cometer errores y equivocaciones, disculparse y reparar, ya que estas conductas son ejemplo de fortaleza y madurez sicológica”.

¿Consideras que hay diferencias entre los preadolescentes de ayer y hoy?

Sí, y no solo en la preadolescencia, también en la infancia y la adolescencia. Por ejemplo, los niños hoy son más libres, conocen mejor sus derechos, se expresan más y reclaman más. Crecen en un entorno menos autoritario. Eso habla de un mayor desarrollo y evolución.

Otra característica menos positiva es que los niños de hoy están muy estresados y exigidos, bastante solos, porque los adultos también estamos muy exigidos. Los menores están menos con sus pares, ya no se juega en la calle y tienen menos tiempo para encontrarse con niños de su misma edad.

Una tercera diferencia importante hoy es la relación que establecen con la tecnología y redes sociales. Esa presencia es un arma de doble filo: es buena para conectar con el mundo y como herramienta de aprendizaje, pero al mismo tiempo es muy peligrosa si no existe control y supervisión del adulto en el ingreso al mundo virtual.

Y así como conocen sus derechos, ¿también conocen sus deberes?

No lo tengo tan claro. Yo creo que hay un poco de confusión sobre derechos y deberes en el presente, tanto en adultos como niños. La educación está cuestionada y los menores están muy cargados de deberes de esa índole, lo que hace que las tareas básicas estén poco reconocidas.

Dices que los niños tienen menos tiempo. ¿Eso los hace menos felices?

Me atrevería a decir que son menos felices. Un elemento que me hace pensar en eso es la cantidad de niños medicados, con más trastornos del ánimo, depresivos, etc. No creo que haya cambiado la genética, sino que es producto de que nuestros niños no están teniendo una infancia que respete sus necesidades emocionales y eso hace quizás que estén más angustiados, enojados, estresados y menos felices.

¿Crees que hay una homogeneización de gustos basada en la globalización? ¿Atenta eso contra su individualidad?

Claro que sí. Los medios de comunicación a los que ellos tienen acceso hacen homogénea la moda perdiendo individualidad. Esto es negativo, porque justamente en la preadolescencia surge la necesidad de individualización.

Nuestro sistema escolar hoy cuestionado también se enfoca en la homogeneización: todos los niños tienen que tener buenas notas, ingresan a los 3 años haciendo pruebas de selección, etc. Esto tiene consecuencias importantes en la riqueza y diversidad como cultura para dar cabida a los artistas, a los músicos, a los intelectuales. Eso atenta contra la salud mental. Y de hecho, Chile está con una salud mental adolescente muy precaria. Somos el segundo país después de Corea con aumento en la tasa de suicidio adolescente en los últimos 3 o 5 años. El alcoholismo también ha aumentado en la adolescencia.

¿Qué crees que hay detrás de las conductas de riesgo?

Está relacionado con muchas cosas, pero una de ellas es la globalización que atenta contra la individualización, junto al sistema educativo que homogeneiza y produce angustia, baja autoestima, la sensación de que no encajo, de que no sirvo.

¿Qué situaciones están afectando a los niños de hoy?

Creo que es una mezcla de factores, porque el sistema educacional está dentro de una sociedad más amplia que tiene ciertos paradigmas como el producir, el rendir, la exigencia y la aceleración de la vida. Yo creo que hay que mirar la infancia y preadolescencia como el lugar o territorio donde podemos encontrar el orden más natural de las cosas. Debemos pensar cómo proteger el tiempo de infancia de nuestros niños y preadolescentes, tomar conciencia de que no estamos permitiendo una infancia con tiempo para el juego, para la fantasía y para la magia. No metamos a los niños a una máquina exigente y productiva. Por ejemplo, en Finlandia hasta sexto básico no hay evaluaciones y resuelven los problemas colectivamente analizando y conversando en clases. Aquí es donde está el punto de retorno para una vida más saludable y satisfactoria.

¿Qué podemos hacer los papás?

Podemos empezar a proteger más a nuestros hijos si tomamos conciencia e intercedemos entre el niño y la escuela. Cuando el menor tiene una experiencia en el colegio en que es criticado, nosotros podemos interceder a través de la significación que le damos, valorar sus cosas positivas. Por ejemplo, decirle “yo

sé que intentaste hacer tu tarea”. Uno puede hacer una especie de campaña ideológica para proteger a los niños y que no caigan en esta homogeneización, rescatando su valor individual.

Al mismo tiempo es importante reconocer sus dificultades y ayudarlo para que las enfrente. El desafío que plantea la preadolescencia a los padres es que tengan la flexibilidad suficiente para aceptar la inestabilidad

y al mismo tiempo que sean capaces de estimularlos para que realicen actividades que les permitan conocerse, experimentar, aprender y probarse en distintas áreas de la vida. Es importante saber que las experiencias, más que las posesión de cosas materiales, ayudarán a los niños y niñas a elevar su autoestima y a desarrollar un nuevo concepto de sí mismos.

¿De qué modo los padres debieran abordar el tema del bullying?

A esta edad comienza a darse con más frecuencia e intensidad el ciberbullying. Y es que la preadolescencia es una etapa cuya característica principal es la dualidad o bipolaridad en varios planos. Uno de ellos es la fragilidad personal versus la omnipotencia de sentirse poderoso. Si un niño se siente en cualquiera de estos polos va a estar más vulnerable al bullying.

Como existe una transición desde el último período de la infancia, son mitad chico y mitad grande, los padres y educadores seguimos teniendo una función importante con ellos. Si los adultos sabemos de alguna situación que podría ser calificada de bullying debemos conversarlo con nuestro hijo y hablarlo con otros padres, si tenemos interacción y buena llegada con ellos. Si ese no es el caso se puede hablar con el profesor y pedir que miren y observen la situación. Hay que entender que ambos protagonistas del bullying son víctimas.

¿Cómo debieran ser los límites saludables que impongan padres y profesores a esta edad?

Es importante abordar los límites en esta etapa. El rol de padre y madre, el tipo de comunicación, el tipo de autoridad y los límites que has establecido hasta los 10 años ya no van a servir.

Los padres viven un tiempo de confusión y ajustes. Uno de los cambios tiene que ver con la consideración de este niño que empieza a crecer a la hora discutir los límites, derechos y deberes. A veces los padres creemos que tenemos que hacer las cosas unidireccionalmente, pero al crecer los niños también tienen que aprender a autorregularse. Hay que abrirse a una cooperación con el niño y mirarlo con otros ojos. Escucharlo más y preguntarle más. Esa mirada lo incluye como una persona que piensa de una manera individual.

¿Qué es lo que realmente hace felices a los niños?

Tener espacio para crear, que se puede desplegar jugando, dibujando, creando artísticamente, inventando juegos colectivos o individuales. Eso les produce una satisfacción muy profunda. La razón de ello es porque en el estado de la creatividad están aprendiendo, están construyendo, interactuando, socializando y resolviendo conflictos. En el juego de la infancia está el aprendizaje de todo: lenguaje, matemáticas, física, ciencia. Por eso nunca quieren parar de jugar.