Daniela Méndez, psicóloga: “La culpa está muy presente en la maternidad de hoy”
El tema de la culpa materna está muy presente en nuestros días. Esto puede obedecer a que, efectivamente, muchas mujeres podrían estar evidenciando este sentimiento frente a su familia, amigos, colegas o en medio de una terapia de salud mental. Conversamos con Daniela Méndez, psicóloga, mamá y autora del libro “Maternar a tu manera” (Ediciones Urano). Su objetivo al escribir no fue dar tips ante pataletas o cómo ignorar recomendaciones no solicitadas de otras madres, hermanas, suegras o amigas… Tampoco calificar a los tipos de mamás o qué tan mal o bien se prepara la colación de los hijos. Lejos de dar cátedra, a través de honestas reflexiones y de variados testimonios de pacientes y amigas, Daniela quiso reivindicar el derecho de las mujeres a maternar como les dé la gana, es decir, como quieran… o puedan. Para ella, la única guía y motor para maternar —esa decisión consciente de parir y de acompañar a crecer a otro ser humano— reside en el interior amoroso de cada mujer. Allí donde ninguna receta es universal y donde tienen cabida todas las emociones en el proceso de hacerse madre: de la duda al asombro, del gozo al miedo, del hastío a la paciencia, de la frustración al amor feroz. La culpa está muy presente en la maternidad de hoy. Es una voz que nos hace creer que no le llegamos ni a los talones a esa supuesta mamá perfecta que, según ella (la señora culpa), existe. Hay que destacar que algo de culpa es natural en todos los seres humanos. De hecho, en su justa medida nos ayuda a reflexionar y nos anima a reparar cuando nos equivocamos. Pero qué es lo que pasa a veces: la culpa entra con mucha intensidad en los espacios ocupados por el “tengo” y el “debo”, y la maternidad tiene mucho de esos espacios. Son tantos deberes que sobrevienen a nuestra vida con la maternidad, que el disfrute, la risa e incluso algo tan necesario como el sueño varias horas seguidas quedan casi fuera de la ecuación. Y un cuerpo y alma cansadas son terreno fértil para que la culpa de multiplique, se “monstrifique” y nos mortifique. Sumado a esto, el acceso a tantas fuentes de información de manera rápida nos pone frente a miles de espacios, a veces dogmáticos, que nos hacen sentir obligación de seguirlos al pie de la letra. Entonces experimentamos culpa si no somos mamás tan conscientes o si no hacemos la receta tan bonita como la mamá que prepara alimentos deliciosos en Instagram. La culpa se manifiesta sobre todo cuando estamos cansadas y cuando no cumplimos con las propuestas de alguien a quien nosotras hemos puesto en el lugar de gurú, o con algo que hemos hecho nuestro (de tanto que lo han repetido y/o de tanto que lo hemos escuchado) y que se ha integrado en nuestra escala de valores y prioridades: autocuidado, crianza, sexualidad, alimentación, educación… ¿Qué hacer entonces? Pues lo que podemos, y de momento lo que más trato de hacer es recordar que la mamá perfecta no existe y tampoco aquella que parece serlo… Así podemos empezar a mirarnos con mayor amabilidad y compasión, y podemos asumir nuestros errores no con un látigo, sino como una oportunidad de contactar con nuestra humanidad y con esa mamá normal, suficientemente buena, que podemos llegar a ser. No queda muy claro si las mamás de antes querían ser menos perfectas que nosotras hoy, porque sin duda sus palabras estaban más silenciadas o al menos enmarcadas en espacios más privados. Hoy las mujeres-madres estamos hablando públicamente y a viva voz: en libros, en redes sociales, no solo entre nosotras sino también a los hombres y con los hombres, en el espacio público, hablamos sobre lo que sentimos, vivimos y opinamos. Por un lado nos rebelamos ante imposiciones que nos ponen entre la espada y la pared, pero por otro lado escuchamos tantas voces que empezamos a tomar como mandato cualquiera o muchas de ellas. Si bien estas voces pueden compartir herramientas positivas (autocuidado, lactancia, nutrición saludable, crianza respetuosa, conciencia de una vida con menos pantallas), nos las imponemos como algo “casi religioso” y con la promesa de tener niños casi perfectos. Estas voces nos tironean y nos ahogan cuando empezamos a vivir por y para ellas. Una de mis pacientes y protagonista de mi libro me dijo: “Creo que tanta conciencia me ha jugado en contra, porque me cuestiono todo la mayor parte del tiempo. Esta idea de ser la mamá siempre paciente y siempre consciente no lo tenían nuestras madres… Si a una mamá se le escapaba un grito no pasaba mucho, pero hoy en día gritar es inaceptable…”. Desde su perspectiva y de la que muestran otras mujeres en sus confesiones de terapia, la idea continua de ser cada día un poco más conscientes ha fortalecido el concepto de que en algún lugar del mundo existe una mamá perfecta que criará un hijo perfecto: empático, amoroso, inteligente, creativo, amistoso… Cuando en realidad todas, hasta las mamás más tranquilas y autoconocedoras de sí mismas y del mundo de sus peques, van a fallar porque son humanas, y esos pequeños criados con todo el amor también van a fallar porque son humanos. Considero que todas las mujeres de la historia buscamos la perfección en relación con los estándares de la época, y los de nuestras madres en relación con los nuestros han cambiado en los últimos años. Y tal vez sí: ante menos información puede darse más instinto, más “guata”, porque al criar también importa esto, lo que se siente. Creo que el mayor desafío de las mujeres de hoy es conciliar las palabras que vienen de afuera con nuestra voz interna. Un hijo siempre es parte sueño y parte sorpresa. Y qué bueno que sea así, porque de lo contrario no sería un alma y una vida distinta, sino un objeto sin vida, sin voz ni voto, ni libertad ni deseo. Creo que abrir los ojos ante lo que nos fascina, lo que soñamos, lo que imaginamos, lo que no esperábamos y nos sorprendió, lo que nos habría encantado y no fue, y hasta eso que nos molesta de nuestros hijos, es de lo más transformador que nos puede pasar para aprender que en esta vida ellos tienen deseos distintos de los nuestros. Abrazarnos en lo coincidente y en lo diferente es algo que está lleno de ese amor, que se siente lindo, pero que a veces también frustra y duele. Sí, hemos avanzado pero aún nos falta. Se puede avanzar comunicando con claridad nuestro sentir a la pareja, contándole lo que nos pasa, lo que vivimos e, incluso invitándolo a leer, a escuchar, a ser testigo de nuestra maternidad no a través de una videollamada, sino en vivo y en directo. En pandemia muchos padres empezaron a estar en vivo y directo en aquello que antes solo veían de lejos. Debemos dialogar y no ceder tan fácilmente espacios: ¿por qué siempre tiene que ser nuestro compromiso el que se suspenda si algo pasa con los niños? Los jefes/as tienen que empezar a escuchar que más hombres digan: “Mi hijo se enfermó, debo ir a buscarlo al colegio”. Pero necesitamos que ellos quieran hacerlo, que sientan el deseo y que se unan en esta causa; que miren y abracen a sus crías, que se involucren en la complejidad de la crianza diaria. Avanzar en esto seguirá trayendo incomodidades y ruptura de un montón de paradigmas, pero valdrá la pena porque le hace bien a las madres, a los padres y a los niños. Por: Cristina González, editora
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En una época de constantes exigencias femeninas, de fácil apedreo público en redes sociales y de agotadores mandatos para ser buena mamá, pareja y profesional, entre otros, el camino puede ser a veces cuesta arriba. La exigencia desmedida favorece el surgimiento de culpa, lo que puede llevar en algunos casos al burnout o agotamiento parental. De ahí la importancia de detenerse, analizar y hacer cambios a tiempo.
Daniela, ¿cómo observas el tema de la culpa en las mamás?
¿Y por qué surge este escenario de «maternidad perfecta»? ¿Antes se criaba más por instinto o no?
En tu libro abordas el tema del hijo soñado versus el hijo real. ¿Qué podrías decir sobre ello?
¿Cómo pueden las madres cuidarse a sí mismas?
¿Crees que falta mucho camino en el involucramiento de los papás?