Tener hijos es una función tan vital de los seres vivos que la imposibilidad para procrear es habitualmente vivida con enorme angustia, tristeza, pero más que nada con sorpresa. ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho mal para merecer esto? ¿Será porque tomé mucho tiempo anticonceptivos? ¿Le di demasiada importancia a otros aspectos de mi vida y se me pasó el tiempo? Estas preguntas, que en ocasiones parecen expresión de un autocastigo, generan aislamiento, depresión y muchas veces dificultades de adaptación en las relaciones de pareja.
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