El fantasma de la violencia escolar
Con el paso de los meses, los chilenos hemos retornado con más o menos dificultades a la vida que teníamos antes de la pandemia. La intensidad de los primeros meses de contagio ha disminuido, pero aún no tenemos control sobre el virus. Se mantienen los aforos y se han hecho permanentes varias medidas de prevención.
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Los escolares también han vuelto a la sala de clases, lo que es una buena noticia, ya que los expertos coincidían en la importancia de la presencialidad en la educación de niños y jóvenes. Sin embargo, los padres están intranquilos por la difusión de escenas preocupantes dentro y fuera de distintos colegios: peleas entre escolares, niñas y niños por igual, grabadas por sus pares; agresiones de escolares a profesores; peleas entre escolares con armas blancas al salir del colegio; agresiones de apoderados a personal docente; quema de transporte público y destrucción de mobiliario escolar, etc. Asimismo, un acontecimiento dramático ocurrió en la ciudad de Santa Cruz cuando un escolar decidió quitarse la vida en medio del patio del colegio. Todo esto y más ha ocurrido en solo tres meses luego del retorno a clases, lo que obliga a preguntarnos: ¿cómo está la salud mental de los escolares?, ¿qué pasó con sus relaciones tras la pandemia?, ¿qué mensaje estamos dando como sociedad?, ¿existe normalización de la violencia?, ¿hay irritación generalizada en niños y adultos?, ¿qué rol juegan los profesores en esto? Conscientes de que esta compleja realidad tiene consecuencias en el futuro de nuestro país y de nuestros niños, conversamos con la neuropsiquiatra infantojuvenil Amanda Céspedes, presidenta de Fundación Educacional Amanda (www.fundacionamanda.cl), quien señala que la violencia escolar no es algo nuevo, sino que es un fenómeno que apareció hace más de una década y ha ido aumentando año a año hasta alcanzar las dimensiones vistas en los últimos días. «La violencia escolar es multifactorial, responde a la conjunción de diversos factores que la precipitan y la agravan en forma dinámica. La violencia es una actitud, en la cual se conjugan ideas, sentimientos y acciones, y comienza a expresarse con intensidad a partir de los 10 años, alcanzando un clímax después de los 14 años. Antes de los 10 años se expresa de manera más soterrada, como burlas, apodos, empujones. Pero después de los 14 años puede alcanzar niveles de agresión con armas no solo hacia los pares, sino hacia docentes y directivos», explica. De acuerdo con la neuropsiquiatra infantojuvenil, muchos alumnos han regresado a las aulas arrastrando serios problemas emocionales derivados de tantos meses de hacinamiento, presenciando violencia e incomunicación en sus hogares y con rezagos académicos que los llevan a perder todo interés en el estudio. Muchos de ellos invirtieron varias horas diarias jugando videojuegos y/o viendo series y películas con contenidos violentos. Sin duda alguna, pero es preciso aclarar que no ha sido la pandemia en sí, sino las consecuencias sociales de ella: cesantía, encierro, hacinamiento, empeoramiento de psicopatología en adultos, aumento en consumo de alcohol y drogas, violencia al interior del hogar. Se estima que 6 de cada 10 alumnos han regresado a clases presenciales con trastornos de ansiedad, compromiso del ánimo, impulsividad, mal manejo de la ira, desmotivación académica y deterioro de las habilidades de socialización. Esta cifra puede alcanzar al 100% en alumnos provenientes de hogares disfuncionales o alumnos de sectores socialmente vulnerables. No puedo dejar de insistir en el enorme daño que ha hecho sobre las mentes infantiles el acceso a violencia a través de las pantallas. Los chicos estuvieron largos meses inmersos en la violencia virtual. Y en algunos sectores el adulto violento es convertido en héroe por niños y adolescentes que no tienen un sentido vital en forma de proyectos de vida tales como lograr una realización personal, tener una profesión, mejorar sus condiciones habitacionales, de ingresos, etc. En estos largos meses, niños y adolescentes han convivido diariamente con la subcultura de la violencia jerárquica. Efectivamente, el bullying tiene una larga presencia en las escuelas. Sin embargo, se ha ido refinando la crueldad y el deseo de minar la dignidad de la víctima; esto es evidente en la crueldad del cyberbullying, porque el anonimato facilita la indiferencia ante el sufrimiento y la carencia de empatía. Personalmente estimo que la filmografía violenta, los videojuegos y la banalización de la violencia y del matar sin consecuencias está haciendo mucho daño a los niños y adolescentes, en especial a aquellos que viven en condiciones muy precarias, compartiendo con adultos violentos y sufriendo carencias o pobreza. Otro factor relativamente reciente es la penetración del narcotráfico y del crimen organizado; ambos fenómenos se convierten al interior de las poblaciones en experiencias de culto y objeto de admiración. Los niños sueñan con tener armas y poder. Claramente estamos frente a una patología social que aún no ha sido suficientemente considerada en la génesis social de la violencia. Y también es preciso destacar que va en aumento el daño vincular temprano, provocado por negligencia en los primeros cuidados, maltrato y abuso. Dañar tempranamente en los niños la capacidad de confiar provoca graves lesiones cerebrales en los circuitos relacionados con la empatía y favorece el surgimiento de crueldad. Tengo la certeza de que es así. Se ha ido produciendo una especie de embotamiento emocional frente a la violencia: ya no actuamos, nos refugiamos en la indiferencia. Y muchos adultos la normalizan, la justifican. Hace poco intervine porque una mujer joven reprendía con gran violencia verbal y física a una pequeña de unos 8 años. La golpeaba con la mochila de la niña. Y mi intervención exacerbó su violencia: me gritó que no interviniera porque ella estaba actuando bien y tenía que reprender a la chica. Para ella era normal ese nivel de agresión. Para los automovilistas es normal agredir al que le adelantó o le pasó a llevar un espejo retrovisor. Las noticias de televisión se limitan a mostrar una sucesión de hechos de violencia y ello contribuye a normalizarla. En Chile ha ocurrido un aumento sostenido de la inequidad económica y de una enorme carga de estrés en los adultos; el estrés crónico enferma y uno de sus primeros síntomas es la irritabilidad y la fácil agresión. Más del 60% de los adultos lleva consigo un gran agobio existencial; no disfruta la vida. Todos estos adultos están cargados de ansiedad, son impulsivos y rabiosos. Y los niños los observan y sufren en carne propia esa rabia. Los profesores, junto con el personal de salud y los cuidadores de ancianos y enfermos, son la población que ha experimentado montos más intolerables de estrés durante la pandemia. Los profesores tuvieron que aprender a sostener la actividad académica durante el año 2020 y fueron muy enjuiciados. Hoy han regresado a clases presenciales llevando consigo las secuelas de tanto agobio. Están cansados e irritables. Por ello, es preciso actuar territorial y localmente flexibilizando las jornadas escolares, disminuyendo las exigencias académicas e instalando al interior de las escuelas programas de reparación emocional sobre la base de fortalecer los vínculos, ejercicios suaves, música, actividad física, arte y contacto con la naturaleza. Los directivos de escuelas tienen el deber de cuidar a sus docentes. Es absurdo entregarles la responsabilidad de cuidar de niños con estrés si no se les cuida a ellos primero. Afortunadamente en estos meses he conocido diversas iniciativas de cuidado al interior de las escuelas. Es una gran esperanza. El liderazgo es uno más de los talentos humanos y se expresa tempranamente. Existen en Chile muchas iniciativas al respecto, tanto locales (en la misma escuela) como a nivel más extenso (Red de Escuelas Líderes). Pero para poder formar líderes es preciso tener metas, objetivos, crear ambientes favorables y contar con docentes que posean capacidades de liderazgo. Y en este ámbito (formación de docentes líderes) hay muchas iniciativas. A partir de 7° básico ya se perfilan claramente las cualidades de liderazgo en algunos alumnos: liderazgo intelectual y liderazgo social. Ya se puede ver que muchos chicos les admiran, desean ser como ellos y les siguen. Allí se precisa la sabia intervención de docentes que sepan instalar objetivos y faciliten el trabajo cooperativo. La escuela reproduce a pequeña escala lo que ocurre en la sociedad. De modo que la violencia escolar actual es un reflejo de una sociedad muy violenta. Es preciso poner la mirada en aquellos alumnos que rechazan la violencia y que desean aportar a un sano convivir. Esos alumnos pueden mostrar valiosas pistas para reforzar los factores de protección. La experiencia de Amanda Céspedes como neuropsiquiatra infantil le ha mostrado que una familia sana es el principal factor de protección. En una familia sana reina el respeto, los valores y la colaboración. En segundo lugar, debe haber una adecuada comunicación entre adultos y niños y una capacidad por parte de los adultos para enfrentar y afrontar los conflictos. En nuestra Fundación Educacional Amanda insistimos en que la primera tarea de los padres es revisar sus comportamientos con los hijos y entre la pareja. Muchos adultos discuten con ira frente a los niños, se descalifican y amenazan. No podemos olvidar que hace unos años una encuesta mostró que el 71% de los niños chilenos reconoció ser maltratado en casa, y justificaban ese maltrato aduciendo que sus padres los estaban educando. Es importante enfatizar que la violencia no es solo aquella que se manifiesta en forma directa (agresiones, vandalismo). Hay muchas formas de violencia invisible y la mayoría es legitimada por los adultos. La burla, la descalificación, no prestar atención a los niños, etc. es una ínfima parte de las múltiples formas de ejercer violencia al interior del hogar. Muchos varones continúan ejerciendo autoritarismo jerárquico en casa, violentando a los niños, a las mujeres y a los ancianos. Solo después de mirarse al espejo y preguntarse cuánta violencia hay en mi propia casa, los padres pueden diseñar estrategias para abordar el tema de la violencia con sus hijos. Es preciso escucharlos con atención y respeto, evitando dar sermones educativos que tienen escaso efecto. Es necesario enriquecer los tiempos off line de los hijos, intentando limitar los tiempos frente a pantallas. No regalar celulares con conexión a internet a niños menores de 12 años y evitar la filmografía de acción en la cual abundan las armas y los héroes «armados hasta los dientes» que siempre salen ilesos. Es preciso que los padres cuiden el lenguaje que utilizan al interior del hogar, el cual muchas veces está plagado de palabrotas, obscenidades y descalificaciones. A mi juicio, los padres deben educar con el ejemplo más que con discursos y conversaciones. Hay niños varones que muestran tempranamente una carencia de empatía, propensión a la crueldad (con niños más pequeños, con animales), mucho egocentrismo y clara inclinación hacia la filmografía y videojuegos violentos. Y hay niñas que tempranamente se muestran dominantes, tiránicas, sustentan su poder en la descalificación y la marginación de quienes no cuentan con su simpatía, y ejercen dominio sobre otras niñas instándolas a burlarse y a dominar a las más débiles. Estos niños y niñas suelen repetir en la escuela patrones de interacción que ven en sus hogares (he conocido papás que rinden culto a las armas e invitan a sus hijos varones a tener igual predilección). El hogar es el gran caldo de cultivo de la violencia. Pero también hay niños que se muestran agresivos y violentos sin tener modelos similares en casa; sus hermanos se muestran respetuosos y empáticos. En esos casos aislados es muy importante la mirada de un equipo profesional (psiquiatra, psicólogo). A mi juicio se ha perdido irremediablemente la formación en RESPETO, CARÁCTER y PENSAMIENTO CRÍTICO. Muchos adultos exigen RESPETO de parte de los niños, pero no tienen reparos en mostrarse agresivos, descalificadores e incluso violentos, justificando estas conductas. El respeto se inculca tempranamente, a partir de los 2 años, y debe ser extensivo a todos los seres vivos y a los objetos que nos son de utilidad o a los cuales les tenemos cariño. La mayoría de los adultos cree que el respeto es la consideración por las demás personas de la familia, pero se muestran violentos con el perro, lanzan basura al pavimento, ofenden al vecino porque estacionó mal el auto, etc. Muchos adultos emplean cotidianamente palabras groseras y ofensivas delante de los niños. Muchos adultos arruinan tempranamente la empatía de los niños enseñándoles a discriminar por dinero, color de piel, nacionalidad, etc. El CARÁCTER es el conjunto de virtudes y fortalezas tales como perseverancia, voluntad, tesón, coraje, humildad, templanza. Y el PENSAMIENTO CRÍTICO se refiere a desarrollar la capacidad de pensar sobre la base de argumentos antes de emitir una opinión o de actuar. Los niños poseen esa capacidad cuando son muy pequeños y se mueven desde la empatía, pero el adulto arruina esa capacidad mostrando conductas totalmente impulsivas, descalificando y ofendiendo. La sociedad entera se mueve por impulso, ya no se detiene a reflexionar. Yo siempre estoy invitando a los adultos a llevar a cabo un ejercicio profundo de autoconocimiento antes de pedir «recetas» para que sus hijos no sean violentos. Les pido que analicen sus modos de actuar en casa en todas las situaciones, que se escuchen, que se miren de modo objetivo. Y muchos padres han reconocido que ellos instalan en sus hogares una violencia invisible, pero no por ello menos dañina. Frente a los hechos de violencia en colegios —o a los problemas relacionales, de comunicación y sociabilización de los niños tras la pandemia— algunos padres pueden pensar que sus hijos estaban mejor en casa con clases online. Sin embargo, lejos de ser una solución eso podría empeorar aún más las cosas. Amanda Céspedes lo explica de manera clara y precisa: «Los niños van a la escuela a formarse y enriquecerse integralmente: enriquecimiento intelectual y cultural, enriquecimiento social, emocional y espiritual. Ello se produce a través de las interacciones con otros niños y con adultos con habilidades formativas. Los contenidos curriculares se aprenden y comprenden al interior del aula, tanto a través de una clase tradicional como en las actividades grupales, proyectos, etc. En la escuela se aprende a compartir, a respetar, a empatizar. Se forman lazos vinculares profundos, indelebles. La pandemia redujo la rica experiencia de aula a una actividad meramente instruccional, privando a los niños de vivir experiencias verdaderamente formativas. Y es precisamente acá donde reside la urgencia de cambios profundos en el sistema educativo chileno, ya que el nocivo énfasis en el aprendizaje de contenidos fue reduciendo la posibilidad de formar integralmente a los alumnos. El docente ha sido transformado en un instructor de conocimientos que debe evaluar y calificar, descuidando los aspectos emocionales, sociales y espirituales. Ello ha significado que a partir de los 13 o 14 años surja en muchos chicos un profundo desinterés por lo académico y el arrastre de vacíos igualmente profundos en habilidades sociales, autoconocimiento y respeto por el medioambiente. Este es un poderoso caldo de cultivo para las conductas violentas». [irp posts=»6736″ name=»Amanda Céspedes: Los primeros 5 años de un niño determinan su futuro»]
En este escenario, muchas personas están de vuelta en sus oficinas (excepto aquellos que adhirieron al teletrabajo) y deben asumir los costos de un mayor tiempo para sus traslados.
La violencia como modelo
A su juicio, ¿la pandemia tuvo efectos en los escolares?
El bullying, también llamado matonaje, acoso u hostigamiento, tiene larga data en los colegios. ¿Cuál es la diferencia que vemos hoy?
¿Se está normalizando la violencia?
¿Considera que estamos viviendo con mayor irritabilidad?
¿Cómo están los profesores en medio de este escenario escolar más violento?
¿Qué rol juegan los líderes positivos dentro del colegio, pensando que los niños más grandes pueden influir en los más pequeños?
Padres: ¿qué hacer?
¿Cómo deben actuar los padres frente a sus hijos cuando hablamos de violencia?
¿Qué actitudes de los niños deben poner en alerta a los padres?
¿Hay carencia en cuanto a la enseñanza de valores en los niños?
La necesaria presencialidad